Sí, importan, o deberían de seguir haciéndolo. “¿Siempre han importando, no?” Para presumir y beneficiarnos de ellas en nuestra vida adulta sí, para cultivarlas y darles espacio y protagonismo desde el mundo educativo, ya no tanto. Cada vez menos.
Fueron ellas, la música y la actividad física, las grandes aliadas de niños y mayores durante el confinamiento, cuando poco o nada había donde agarrarse para matar las tediosas tardes de encierro en casa. Espoleados por los nuevos guías espirituales de nuestro tiempo, contertulios televisivos de mesa redonda y sonrisa Profiden, quienes loaban las excelencias y efectos purificadores en cuerpo y alma de estas nuevas piedras filosofales, nos echamos compungidos y tocados de ala, en brazos de grupos y cantantes, de orquestas y filarmónicas, de instrumentos de andar por casa y olvidadas letras de canciones que nos arrancaran una sonrisa rememorando nostálgicos tiempos mejores, mientras desempolvábamos a la vez con orgullo el chándal y la camiseta deportiva de Naranjito a juego con la gorra de White Label, para tirados por el suelo del salón intentar hacer la croqueta imposible a la que nuestro entrenador personal nos conminaba por videoconferencia. Después ducha, aplauso, cervecita y joder que bien se queda uno.
Pero todo aquello pasó. Por suerte el encierro, por mala suerte el papel protagonista en nuestras vidas de ambas disciplinas, que con la vuelta a nuestras rutinas y trabajos, a nuestro día a día, a nuestras prisas y estrés, se diluyeron junto con el tiempo a dedicarnos a nuestro cuerpo y alma. De la noche a la mañana todo pasó nuevamente a ser más importante, se dejaron de lanzar esos continuos mensajes televisivos que nos apremiaban a cuidarnos, a perder tiempo en nosotros mismos, hasta parecernos haber vivido un orquestado número hipnótico en el que al despertar nada hubiera sucedido.
También volvimos a las escuelas. Con miedo, respeto y muchos protocolos educativos a considerar. Protocolos que se cebaron especialmente con ellas, con la Música y la Educación Física, como si fuera este el peaje que por su protagonismo meses atrás debían ahora pagar. En pos de preservar la seguridad, de minimizar los contagios, se prohibieron en ambas áreas los contactos entre alumnos, por tanto nada de bailes, de juegos de pillar, de agarrarse o tocarse, nada de cantos ni de gritos, ni tampoco nada de uso de material, ni musical (flautas, tambores,…), ni deportivo (pelotas, cuerdas,…), nada absolutamente de nada. Las asignaturas, ambas, y a pesar de la reinvención de sus docentes, de su búsqueda continua por ofrecer la luna a aquel que ni tan siquiera puede agarrarse a una farola, han quedado este trimestre reducidas a cenizas.
¡Quizá había que hacerlo! Es cierto que comportaban ambas por su propia actividad un mayor riesgo de contagio. Pero de aquello hace ya cuatro meses, por lo que mientras enfilamos la recta final del más extraño de los trimestres, aprobado por cierto cum laude por niños y docentes, es el momento, si verdaderamente nos importa cultivar y educar en estas disciplinas, de acordar y de diseñar nuevos escenarios, al igual que se está haciendo con la Navidad aun a sabiendas que después la cuesta de enero será doble, económica y epidemiológica, para rescatar así de su languidecimiento educativo a aquellas dos asignaturas que tanto bien nos hacen a todos, especialmente a ellos, los más pequeños. Hay que ir desde las consejerías y desde los centros soltando amarras poco a poco. Establecer nuevas y responsables medidas que aligeren los protocolos y retomar así, también en estas áreas, una nueva normalidad que permita mantener la esencia de las mismas. Es necesario y apremiante volver a pensar en ellas no solo como algo meramente curricular con lo que llenar expedientes, no dando por bueno como hasta ahora tener a los alumnos cuatro meses paseando por el patio o coloreando dibujos de instrumentos, sino como verdaderamente lo que son, la droga y a la vez la anestesia de niños y mayores, tanto en los buenos como en los malos momentos.
Hay que tener cuidado con las cosas que la pandemia se llevó, que fueron muchas, y con las que dejará, algunas buenísimas, otras no tanto. Porque el rollo este de la cultura, de educar a los niños en el gusto y apreciación por la belleza artística, por la educación musical, por la importancia del ejercicio físico, del juego, en definitiva del “Mens sana in corpore sano” de Juvenal, se está empezando a pasar de moda. El mensaje ya no vende tanto aunque nos lo parezca. Ahí tienen como muestra la doble reivindicación del mundo de la cultura y del deporte del ciudadano de a pie, especialmente el de los compañeros de los gimnasios, monitores, recuperadores, entrenadores personales, … a la cual me sumo, siendo estos los últimos de los últimos en poder retomar sus actividades, no solo para poner en forma a la gente y hacerla sentirse bien consigo misma en estos tiempos tan jodidos para todos, sino también para recuperar dolencias, lesiones, terapias,… ¿no es la actividad física y la salud física y mental tan importante?
Como digo es un mensaje que ha quedado ya demasiado manido y anticuado. Se busca ahora uno con más punch, con más garra, que destile actualidad, buenrollismo e introspección, que eso siempre suena mucho más cool. Una nueva moda social y educativa que ya venía arreciando fuerte en los últimos tiempos, y que ha encontrado en la pandemia el espaldarazo definitivo para instalarse en los centros educativos. La moda de la psicologización del todo. Sí, la moda de convertir a las escuelas y colegios en una suerte de gabinetes veinticuatro horas de psicología. En retiros idílicos de yoga y relajación, donde podamos expiar nuestros chacras, estar en profunda comunión con nuestro yo interior, y quemar incienso por las mañanas mientras hacemos el saludo al sol. Las emociones, el bienestar, la paz interior, la relajación, el autocontrol, el mindfulness, la búsqueda de la felicidad, etc. han sustituido a la música y al ejercicio de toda la vida.
Mucho hemos oído hablar durante estos días de la ya famosa y polémica LOMLOE, más polémica para los del lobby educativo que otra cosa, ya se sabe, con broncas a diestro y siniestro defendiendo esto y aquello, lo de aquí y lo de más allá, las líneas rojas que no se pueden cruzar, y las asignaturas sagradas que por imperativo divino no se pueden tocar, pero ¿alguien ha oído algo sobre cómo queda la Educación Física y la Música en todo este debate? No. No lo habrán oído. Y no lo habrán oído porque cada vez importan menos y tienen menos peso en educación, insisto, por mucho que nos digan. Aunque la Educación Física sobrevive en el horario escolar pelín más holgada, por suerte y gracias a movimientos docentes como +EF en Aragón con hasta tres sesiones semanales, la música continua en grave peligro de extinción desde hace ya un tiempo, quedando solapada con una sola sesión a la Educación Artística, antes Plástica, ahora Art, y amenazadas ambas por el monstruo Muzzy del bilingüismo, devorador insaciable de asignaturas María.
Así que como deberes para el próximo año, para todos ya que nos jugamos mucho, quedará en nuestro haber saltar al 2021 a pelear por ambas disciplinas. A reivindicar su importancia, tanto en el mundo educativo, escolar y extraescolar, como en la práctica adulta. No vale eso de conciertos y entrenamientos para mí sí como adulto, pero actividades extraescolares musicales o deportivas para mis hijos no, argumentando un cínico y egoísta: “Es que claro ya se sabe, con esto de la pandemia ellos no pueden hacer nada”. De hecho deberíamos también los padres hacérnoslo mirar, y reflexionar acerca de si embutir semanalmente nuestras lorzas cuarentonas en coloridas mallas del Decathlon, considerando innegociable nuestra sesión de entrenamiento no sea que el mundo del deporte se pierda a tan excelso atleta, mientras permitimos que nuestros hijos la única actividad física que puedan realizar sea la flexión de pulgares en la Play, tiene algún sentido. Eso sí, miramos para otro lado e incluso exigimos que las liguitas federadas, da igual que sean nacionales ya que tienen gestión territorial, competiciones de chichinabo igualmente, sean permitidas únicamente para aliviar las arcas federativas, aun a pesar de tener que obligar a los equipos a jugar poniendo así en riesgo no solo a los propios jugadores, nuestros hijos y alumnos muchas veces, sino también al resto de la población.
Peleemos, porque las secuelas ya están ahí. En lo musical, y ya viene de muy atrás, la falta de cultura, de referentes, de posibilidades y capacidad para discernir entre lo que es música de calidad o no, cada vez es mayor entre nuestros chavales. De nada valdrá después rebuznarles a la cara cuando les pillemos perreando ante el espejo de su habitación con el reggaeton a toda castaña, si no hacemos este trabajo previo de reivindicación educativa de la asignatura.
En lo físico, igualmente las secuelas ya son demoledoras. No solo es que seamos el cuarto o quinto país de Europa con mayor obesidad infantil, aquí también los docentes de E.F. deberíamos de hacer autocrítica y reflexionar sobre cual debería de ser el objetivo principal de nuestras clases, porque algo de culpa también tendremos, sino que también capacidades como la coordinación y el equilibrio alcanzan cotas inimaginables en los niños, rayanas a una torpeza motriz infantil jamás vista. Si teníamos poco con los estragos del hiperproteccionismo, súmenle ahora de golpe y porrazo tenerlos todo el año sin extraescolares deportivas y con una Educación Física únicamente basada en paseos, mímicas y expresión corporales.
Así que estas navidades, en esos días que tendremos para volver a reunirnos con nuestra gente, con los de casa, retomemos aquellas tardes de encierro de música y deporte. Si es en familia mucho mejor. Después por supuesto también cerveza y turrón si hace falta. Levantémosles del sillón y saquémosles del ensimismamiento de la pantalla del móvil con el enésimo Tik Tok, y pongámoslos a jugar, a hacer deporte, a tocar y a cantar, no sea que después, cuando animados por el champan de la cena nos apetezca a nosotros que lo hagan, y les pidamos que amenicen la fiesta tocándonos con la flauta algún villancico que hayan aprendido en la escuela, se vayan malencarados a sentarse en el sillón con brazos cruzados, ceño fruncido y mirada al suelo, y nos digan por lo bajini sin apenas mover los labios: La flauta te la va tocar tu puta madre.
- La imagen/logo elegida como cabecera del post, pertenece a las JORNADAS PROVINCIALES DE MÚSICA Y EDUCACIÓN FÍSICA que conjuntamente se realizan en Teruel, organizadas por los C.I.F.E.S. de Valderrobres, Cantavieja, Alcorisa y Calamocha, a los que también desde aquí aprovecho para felicitar y agradecer su magnífica labor.
Qué pasa Chole!!! Cuánto tiempo!!?
Como siempre tocando temas cuya discusión no cabe en un blog, eh??!!
Hay un párrafo sobre la «psicologización del todo» que, o no acabo de entender, o no comparto…. quedará para alguna cena (cuando se pueda……).
Sobre la LOMLOE nada que decir porque seguro que coincidimos en todo; ánimo en su aplicación!!
Hay un tema «menor» al lado del fondo sobre todo lo que comentas cuando hablas de la «música de calidad». La música, como expresión, trata de generar sensaciones en quien escucha y entiendo que esas sensaciones, al menos a mí me pasa, dependen del momento, las ganas, estado anímico, experiencias musicales previas (sobre todo en la juventud), etc…
Me gusta Marea, me gusta Fito, Extremoduro ;);) , U2, Rolling, ACDC, Vivaldi en unos momentos, Perales en otros, hasta rememoro en ocasiones mi juventud con Siniestro Total o Toy Dolls… y así, un sinfín….
Estoy a estas alturas un poco cansado de que nuestra «generación» valoremos lo que es «música de calidad» como si de un jurado de OT, La Voz o Got Talent se tratase, cayendo en los mismos discursos en los que caían nuestros padres cuando pretendíamos comparar los grupos nombrados con los incomparables Fórmula V, Brincos, Juan Pardo &Co…
La música que gusta es la que gusta y depende sólo de eso, del gusto… Luego podemos hablar de campañas de márquetin y producciones extremas que colocan en los nº 1 de las listas unos temas u otros…. A lo que voy es que perree el que quiera si así lo siente pero que no caigamos en el «juicio» de lo que no entendemos porque no nos gusta o no vivimos, como así lo hicieron nuestros mentores… a los que, por cierto, no les hacíamos ni p. caso en este sentido… como no nos lo hacen ahora.
La música, como toda cultura y sociedad, evoluciona y hay que sumergirse en ella para entenderla y finalmente vivirla, cosa que nos va a resultar muy difícil más aún cuando ni siquiera lo intentemos, si bien nuestros hijos seguro lo agradecerían…
Un abrazo….
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Muchas gracias por tu trabajo, reflexiones,por el interés en que los alumnos, puedan acceder a la actividad física y musical.
FELIZ NAVIDAD!!! Cristina Herranz.
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