No se hablaba apenas de educación en campaña, hasta que de pronto la ministra en funciones abrió la caja de Pandora, aquella que encierra todos los males y que Zeus le endiñó como venganza a Prometeo por haberle este robado su fuego. En educación, esa caja está representada por la educación concertada, y ya solo con mentarla que no abrirla, la ministra en funciones “… la libertad de elección de centros no emana del artículo 27 de la Constitución”, prendió la llama del iracundo fuego de un Zeus múltiple, encarnado principalmente en los representantes de las escuelas católicas, que han visto en esta afirmación un ataque inequívoco al modelo educativo que por ideología y creencia defienden, pero que también por todos es sabido gestionan y administran a lo Juan Palomo “yo me lo guiso, yo me lo como”, no despejando por tanto la duda razonable, de si esa preocupación sincera suya radica en la defensa de los derechos y libertades de las familias en elegir uno u otro centro educativo, o en el empeño de seguir manteniendo el statu quo de un cortijo muy rentable. El caso es que el debate está servido.
Las posiciones en una y otra esquina del cuadrilátero se muestran hoy más que claras que nunca y sin embargo nos dejamos en el camino muchos matices. Me niego a generalizar. En este tema, tabú aunque parezca mentira a estas alturas del cuento, se tiende mucho a escurrir el bulto, a hacer demagogia y a no llamar a las cosas por su nombre. Posiblemente sea este, la gestión de las diferentes opciones educativas, el principal punto de desencuentro político y social, que no nos permite tener en este país una ley educativa como dios manda, ya que va por estos derroteros hoy el tema, siendo siempre su complicado abordaje motivo de crítica, reproches y trincheras. No es elección de centro educativo, sino elección de qué compañeros quiero para mi hijo. No es una disputa por este o aquel modelo educativo, sino una vez más una clara y evidente lucha de clases.
Al “derecho a la libertad de elección de centro educativo”, que es como técnica y paradójicamente se ha pasado a rebautizar esta demanda social, se acogen casi un treinta por ciento de las familias de este país. Es decir, tres de cada diez alumnos son educados en centros de educación concertada o privada, situándonos así entre los países a la cabeza de Europa. Cómo, dónde y de qué manera cada uno educa a sus hijos, a nadie debería importarle, o así debería de ser. Lo que importa, lo que indigna, lo que no pone en la Constitución ni está escrito en ningún lado, es que la ronda de la mal llamada libertad de elección de centros, tengamos que pagarla a escote entre todos. Eso no lo pone y eso sí molesta. Y no lo pone, porque nos pongamos como nos pongamos, por justicia social eso no se sustenta.
Muchas familias de hijos escolarizados en la opción concertada se defienden esgrimiendo, que al igual que en este país se subvencionan otras muchas actividades que ni comparten ni son partícipes, también tienen el mismo derecho a que se subvencione el modelo educativo que ellos han elegido para sus hijos. Ahí, te tienes que callar. Tienen razón. Porque en este país en el que vivimos, en el que se gestiona el dinero público de una manera tan alegre y despreocupada, hasta para putas y drogas les ha llegado en Andalucía, por no decir un no y que todas las asociaciones convivan en igualdad de derechos felices de haberse conocido, ayuntamientos, delegaciones, diputaciones, consejerías y chiringuitos políticos varios, son capaces de subvencionar por rascar unos pocos votos de más, hasta el almuerzo de huevos con chistorra de las jornadas anuales de imitadores del trino de la picaraza. Todo está subvencionado, e igual el problema radica ahí, en el enfoque de esa subvención educativa.
Igual no es el ¿por qué?, si no el ¿cómo? Si tan interesante es subvencionar una educación paralela al sistema educativo público, hagámoslo igual que hacemos con tantas otras cosas que nadie discute, subvencionando en base al poder adquisitivo y a la renta de las familias. Si ese dinero recae en las personas y no en centros que en ocasiones mantienen gestiones totalmente opacas y directrices e intereses que poco tienen que ver con el supuesto bien común y beneficio social que defienden, seguramente el matiz sería totalmente diferente. ¿Interesaría entonces una educación concertada para todos, dónde todos pudieran entrar y tuvieran cabida? ¿Interesaría una educación concertada transparente, dónde nadie tuviera que pagar esos impuestos “inexistentes” que algún político en campaña llegó a prometer desgravarían? La respuesta debería de ser un rotundo sí y sin embargo la obviedad del no es abrumadora. Es por eso, lo adornemos como lo adornemos, que el sentir general sobre este tipo de educación, es el de pagar entre todos una educación selectiva para unos pocos, y en muchos casos no precisamente para los que menos tienen.
Seamos honestos y claros, la educación concertadas en este país, en su gran mayoría, no toda, lo que permite y a la vez provoca es una selección del alumnado. Es tal la evidencia, que es obsceno e indecoroso defender una postura contraria. Queramos o no, nos guste o no, la educación concertada provoca segregación. Y aunque no toda es así, precisamente son esas excepciones existentes quienes confirman la norma. La criba, establecida además de manera ilegal al solicitar a las familias esos aportes económicos camuflados en donaciones, ayudas, uniformes, etc. ahuyenta y disuade a aquellas otras familias con menos posibilidades económicas y más desfavorecidas, que acaban recayendo en centros públicos de barrio, algunos ya convertidos en subsidiarios de la educación concertada del distrito. Y no son suposiciones, sino una realidad tremendamente incómoda, que además de generar una mayor desigualdad social, provoca la formación cada vez mayor de centros educativos gueto, que en algunas ciudades ya ha habido que cerrar para redistribuir al alumnado entre los demás centros educativos de la misma. Un sistema vergonzoso y vergonzante, para una sociedad moderna que se define a sí misma como justa y solidaria.
Son terrenos muy pantanosos y muy chungos, donde entran en juego las diferentes concepciones morales, éticas e ideológicas de cada persona, de cada familia dentro de un determinado contexto, exacerbadas hasta el extremo cuando conjugan en esa toma de decisiones la posible tranquilidad, confort y seguridad de sus retoños con sus dudas, miedos e incertidumbres. Ni se puede ni se debe generalizar. No todas las familias que eligen como opción la educación concertada son iguales, ni lo hacen movidas por los mismos intereses, ni son estos todos igual de respetables. Las hay movidas ciegamente por sus convicciones religiosas, otras más por motivos ideológicos, otras por simple elitismo buscando la diferenciación del resto, también en busca de esa supuesta y sospechosa excelencia académica que venden, las que lo hacen por pura tontería, las movidas por un racismo latente que desconocen albergar e incluso aquellas que lo hacen porque sus antecesores también lo hicieron, plenamente convencidas de que es mucho mejor que el sistema público y punto.
Pero también hay familias que han visto como el colegio público de su barrio, el de su distrito, el de toda su vida, lo han acabado convirtiendo entre todos, pero sobre todo gracias a políticos conniventes con la causa, en uno de esos centros gueto. Centros públicos en el que acaban conviviendo una gran mayoría de alumnado de diversas culturas, etnias y razas, que presentan como es lógico e inherente a su condición problemas de aprendizaje muy específicos, como puede ser el desconocimiento del idioma, que se suma a las problemáticas de otros alumnos con necesidades educativas especiales, mayormente atendidos en el sistema educativo público, o a aquel otro proveniente de familias desestructuradas y minorías con sus consabidas problemáticas de comportamiento. Ante este panorama que observan, disuasorio para muchas familias, bautícenlo ustedes como quieran, e imbuidos por el flagrante desprestigio del modelo educativo público con que nos bombardean los medios de comunicación, así como por el sibilino e interesado ensalzamiento posterior del modelo privado, provoca en aquellas otras familias que tenían clara a priori la opción educativa para sus hijos, caer fruto de un entendible desasosiego paternal, en un estado de mimetismo acrítico vecinal y opten finalmente por una opción educativa concertada con la cual no comulgaban por ideología antes de ser papá y mamá. “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”, decía Groucho Marx, pues eso.
Son tantos los puntos por matizar, tantas las falacias que desmontar: excelencias académicas, ahorro educativo, mayor dedicación y competencia docente, etc. que lo iré contando de poco en poco en sucesivos post, o puede que quizá lo incluya como capítulo en un futuro libro ya en construcción, que me mantendrá un tiempo por aquí alejado, así que hasta entonces pásenlo ustedes bien.
Braavooo!!!
Esta vez no hay «peros»…..
Braavooo!!!!!
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No estoy de acuerdo.
Demasiado generalizado y demagógico.
Respeto tu opinión, desde luego
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