Suena de pronto una música animada y alegre por encima del ensordecedor bullicio, y aunque consigue aplacarlo por unos segundos, al instante reaparece con más fuerza y vigor. Es el primer día de curso y las sonrisas nerviosas de todos, alumnos, padres y profesores, afloran difíciles de disimular. Entre tropezones varios, empujones no intencionados y alguno que otro con peor propósito, los alumnos se van organizando en torno a unas filas que pronto comienzan marciales su paseíllo, mientras sus integrantes saludan a padres y madres con la mano, que emocionados aguantan estoicos una lagrimilla incontenible. Un niño tal vez de quinto de primaria, llama poderosamente mi atención. Su semblante adusto y circunspecto contrasta con las risas y el griterío reinante en el ambiente, evidenciando con su mustia y triste mirada estar pasando un mal trago, mientras sube último cabizbajo tras sus nuevos compañeros de clase. Al terminar de pasar las filas y quedar el patio de recreo vacío, los padres del alumno que en la distancia presenciaban cariacontecidos la escena, se acercan visiblemente malhumorados para elevar al centro una enérgica protesta. Es el primer día de curso, apenas unos pocos minutos han transcurrido, los suficientes sin embargo para que tenga lugar la primera agria e intempestiva discusión entre familia y escuela. Con la mejor intención y buscando una mayor y mejor interacción entre todos los alumnos del centro, estos han sido reordenados al azar al cambiar de ciclo, algo entendible y lógico cuando nos lo cuentan a las familias al finalizar el curso anterior, pero que se vuelve tremendamente injusto y cruel si a mi hijo después no le tocan los compañeros de clase que él quería, sus “amiguicos”, explicarán unos padres tremendamente enojados en el despacho del director, mientras exigen responsabilidades al centro por tan chapucera intervención educativa. No protestarán ni se incomodarán por las abultadas ratios, la reducción de plantilla del profesorado, el estado de las infraestructuras del centro o las reformas prometidas que no llegan. No. Esto es mucho más vital para ellos.
Tomaremos este ejemplo, ficticio y a la vez tan real, el del establecimiento de los grupos de clase, para poner de manifiesto en este un nuevo curso escolar que comienza, y en esta nueva temporada de «Turno de recreo» que hoy levanta el telón, hasta qué punto las relaciones entre escuela-familia están totalmente viciadas y resquebrajadas.
- “¡Hombre, pero que no es siempre así! ¡No todas las familias se comportan igual!”
Por supuesto, faltaría más. Pero es que la encuesta está mal planteada y claramente falseada. Cuando los alumnos van bien y las decisiones del centro en mayor o menor medida se ajustan a mis intereses, evidentemente las relaciones fluyen en un clima de concordia y respeto. Ahí no hay problemas. La pregunta es, ¿cómo nos comportamos como padres cuándo la escuela, el maestro o la maestra, toma decisiones que creemos o intuimos, pueden causar malestar, daño o perjuicio alguno a mi hijo?
Salió precisamente de las familias, de las AMPAS, de los Consejos Escolares y finalmente de las inspecciones educativas, esta idea integradora de reordenar cada cierto tiempo a los alumnos durante su escolaridad, rompiendo así con un modelo tenido por irracional y sin fundamento alguno que regía de la siguiente manera:
Suena ensordecedora en el patio una sirena similar a la de la fábrica cercana anunciando el comienzo del nuevo curso. Mientras los maestros don tal y don cual, doña fulana y doña mengana cogen posiciones ceñudos al frente de sus filas, el director, pongamos D. Víctor, aparece presto listados en mano para anunciar a voz en grito con mínima solemnidad:
- “¡A ver chicos escuchadme!, ¡silencio por favor! Los de quinto curso, de la “A” de Abad a la “N” de Navarro, con D. José. Los de demás, desde la “P” de Palomera, hasta la “V” de Viela con Doña Lola”. Fin del dilema. Se acabó la discusión. A clase todo el mundo.
Así se decidía quiénes iban a ser tus compañeros de clase y casi en definitiva tus amigos del alma de la infancia, ya que compartirías con ellos espacio educativo hasta octavo curso. Ahora visto con perspectiva, nos echamos las manos a la cabeza. “¡Qué despropósito!”, pensamos. Sin embargo, las decisiones tomadas con anterioridad a la época en que vivimos deben de ser juzgadas en su contexto, y este criterio no solo era tenido por objetivo y racional, sino que en comparación con los nuevos e inclusivos criterios actuales, si atendemos al número de quejas, protestas y denuncias que provocan unos y otros cada comienzo de curso, era claramente superior.
En esta nueva escuela del siglo XXI, justa, democrática e inclusiva por encima de todo, buscamos ingenuamente la fórmula perfecta que subsane los errores del pasado a la vez que dé respuesta efectiva a las demandas actuales y del futuro. Buscamos con desesperación satisfacer a toda comunidad educativa, no queriendo darnos cuenta de estar persiguiendo una auténtica quimera. Nunca podremos satisfacer plenamente a una sociedad mal acostumbrada a escuchar un “no” por respuesta, máxime si en el envite están sus hijos de por medio. La escuela no ha sabido o no ha querido mantener su autoridad institucional frente a las familias y ahora se le hace francamente difícil imponer su criterio, por muy adecuado que este sea como es el caso. En nuestra hipocresía como padres aplaudimos la objetividad, el sentido democrático, la arbitrariedad de los criterios, hasta que conocemos los resultados y si estos no son de nuestro agrado, o peor aún, no son del agrado de nuestros hijos, montamos en cólera contra el sistema, haciendo nuestros los versos del cantante Ricardo Arjona, “… son iguales los defectos que hoy me tiras a la cara, que en un principio veías perfectos”.
Y por cierto, al alumno, o quizá fuera alumna, qué más da, con el que abríamos el capítulo y que tan mal lo pasó en aquel ya lejano inicio de curso, le bastaron unas pocas horas para volver a sonreír. No perdió nunca la relación con las amigas de su cuadrilla, ya que siguieron compartiendo juntas infinidad de momentos escolares, de entradas y salidas, de juegos de recreo, excursiones, festivales,… Los años fueron pasando, se hizo mayor y escogió su propio camino. De forma lenta pero ineludible, fue perdiendo poco a poco contacto con aquellas viejas amistades de la escuela. Hoy en día, cursando ya estudios superiores, comparte piso y la gran mayoría de sus ratos libres con su gran amiga del alma. Una amiga en la que siempre se apoyó y con quien ha vivido los mejores y peores momentos de su vida. Una amiga que siempre fue esencial para ella, desde aquel fatídico comienzo de curso de quinto de primaria en el que tristes se conocieron, hablaron, se sentaron juntas en clase y desde entonces se hicieron eternamente inseparables.
Muchas gracias y sigue con ilusión tu proyecto. FELICIDADES Cristina Herranz
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