Cuatro son los supuestos que se tienen que dar de manera simultánea, para que un centro o un agente de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, considere una denuncia como potencial situación de acoso escolar. Para que así sea, tiene en primer lugar que mediar provocación, ataque o intimidación verbal, física o psicológica entre víctima y agresor. En segundo lugar, debe existir una posición de superioridad del segundo, bien por el número de estos, o bien por condicionantes físicos, psicológicos, etc. En tercer y cuarto lugar, puntos estos vitales para discernir entre acoso y conflicto puntual, debe de haber una ausencia de provocación por parte de la víctima, así como existir una continua reiteración de los ataques en el tiempo, hecho este último donde radica la gran diferencia en el concepto de acoso escolar respecto a décadas anteriores, ya que como se está comprobando es en este último punto, donde los acosos se están multiplicando y recrudeciendo.
“Educación detecta 5.557 posibles casos de acoso escolar en un año” (30 abril del 2019”)
“¡Siempre nos hemos metido en clase con el gordo o con el gafotas y no se armaba tanto follón!” Oímos con perplejidad y sonrojo todavía en algunos mendrugos con patas que conviven entre nosotros. Es evidente que una vez más, ha habido al explicar el tema a la comunidad educativa y a la sociedad en general, un claro déficit de pedagogía. Aquel insulto reiterado, que estigmatizaba y bien, a quien lo recibía, era ya un claro ejemplo de acoso escolar. Seguramente el ejemplo de “acoso escolar” por antonomasia, ya que su incidencia y radio de acción se limitaba precisamente de manera exclusiva al ámbito de la escuela o colegio, de ahí el apelativo de “escolar”. Sin embargo, aquel acoso, no ascendía tan rápido los peldaños en nivel de gravedad como lo hace ahora, quedándose a menudo en insultos, bromas de mal gusto, o menosprecios públicos puntuales. Esa detención repentina en la escalada de gravedad, venía propiciada principalmente por la inexistencia de dos escenarios que ahora sin embargo son comunes y cotidianos para todos nuestros chavales: la posibilidad de seguir con “la bromita” desde casa, y la falsa valentía que nos proporciona el anonimato. Blanco y en botella.
El acoso escolar, ha eclosionado. Ha escapado de las clases, de los centros. Ha saltado con pasmosa agilidad las vallas de los patios y se ha echado arrogante y decidido a la calle, armado con las más sofisticadas y letales armas de nuestro tiempo: las nuevas tecnologías y las redes sociales. Es ahí, en ese espacio virtual y no en la escuela, donde está proliferando sin control y radicalizándose de manera abominable. Es en las redes, en los chats, en las plataformas on line, donde reside el mayor volumen de ataques entre alumnos, cimentándose cada vez más este bullyng en un cada vez más protagonista ciberbullyng o acoso virtual. Es cierto que el inicio del acoso surge la mayoría de las veces aunque ya no siempre, dentro de los centros educativos, donde prende la mecha el acosador a partir de un detonante originado en el día a día. Es ahí donde fijará a la víctima e iniciará el acoso, muchas veces a través de ataques de diversa índole muy complicados de advertir. ¡No es tan fácil detectarlos como nos los quieren vender! Aún así como docentes, de ninguna manera quedamos eximidos de nuestra parte de responsabilidad en el proceso, aunque casi con toda seguridad este acabará recrudeciéndose totalmente fuera de nuestro alcance y control.
Es en esta nueva realidad que se abre, cuando el acosador emprenderá lento, pero seguro, la macabra ascensión peldaño a peldaño de esa tortuosa escalera que terminará conduciendo a la víctima, sola y desasistida, hasta un angustioso punto de no retorno. Una vez acabado el horario escolar, podrá el agresor con total impunidad seguir machacándola vía whats app, facebook, instagram, twitter, etc. desde la placidez y confortabilidad de su “habitación de hotel”, sin tener que exponerse para ello al control de maestros y padres. Animarán a otros compañeros a participar del cruel entretenimiento, viralizándolo sin censura desde sus dispositivos electrónicos que ingenuamente hemos permitido en pos de la privacidad sean inaccesibles para nosotros. Lo promocionarán unos y otros añadiendo más y más contenidos escabrosos, incluyendo imágenes, vídeos, injurias, burlas y todo tipo de vejaciones que atenten contra el honor de la víctima, para la cual ya no hay descanso. No hay tregua. Esta es la principal diferencia con décadas pretéritas. Ya no existe como antes para el gafotas o para el gordo de la clase, las reconfortantes, aunque tristes y solitarias, tardes en casa que le permitían desconectar y olvidarse por muchos momentos del hostil ambiente escolar. Los fines de semana, y sobre todo los largos veranos en los que todo el mundo se olvidaba de ti, suponían muchas veces sin buscarlo, el punto y final a estas terribles historias.
Pero hoy ya no. Hoy todo es un continuo. Todo va mucho más allá de los centros escolares. Incluso muchas veces son los propios centros quiénes reciben e intentan gestionar acosos y conflictos que vienen ya estimulados desde el exterior, en educación primaria preferentemente desde espacios como los grupos de whats app de menores, en los cuales andamos a la cabeza de Europa, siendo el país con la edad más joven en adquirir los dichosos juguetitos. Sin embargo, y aún con todas estas evidencias, al macabro fenómeno todavía le seguimos mal denominando “Acoso escolar”, término que intrínsecamente centra el foco del problema únicamente en los centros escolares y por ende en la responsabilidad de quienes allí trabajan y presuponemos deben solucionarlo, estableciendo además hacia los mismos connotaciones totalmente negativas. Si es más que evidente que estamos ante un hecho que trasciende a los centros educativos y que se da por igual en escenarios dentro y fuera de estos, por justicia, al igual que hemos rebautizado y actualizado otros términos de violencia (de género, machista, doméstica) para ajustarlos al máximo a la realidad y al contexto, deberíamos matizar este y pasar a denominarle a partir de ahora “Acoso en edad escolar”.
Y ya puestos, para finiquitar de forma feliz esta trilogía sobre el Bullyng, una vez cambiado el término, depuremos responsabilidades sin estupideces ni demagogias baratas, siendo consecuentes y honestos en el reparto de las mismas, aguantando como se suele decir, cada palo su vela. Si hacemos a los centros y a los docentes en mayor medida responsables de resolver la situación, deberemos como condición innegociable, brindarles todo nuestro apoyo incondicional y sin fisuras, tanto desde las familias como desde la administración, de lo contrario estaremos totalmente actuando de forma cretina e hipócrita. Deberemos de dotarles de las herramientas necesarias para tal fin, así como de la formación, pero sin olvidar que será necesario y fundamental “reforzar la autoridad moral del profesor, apoyando su labor ordinaria y las decisiones que adopten para mantener un buen clima de convivencia” tal y como concluye el informe especial del Justicia de Aragón sobre conflictos escolares, citado también en anteriores entradas. No podemos exigir responsabilidades a los demás, cuando nosotros como parte de la sociedad, o de la comunidad educativa, no cumplimos con las nuestras. No pueden los políticos culpabilizar, mientras ellos no sean capaces de diseñar ese programa institucional consensuado para la lucha contra el acoso escolar. No puede quejarse la administración, si sigue parapetándose tras miedosas burocracias y cobardicas protocolos. No pueden quejarse los docentes cuando por miedos, temores o comodidad por evitar problemas, siguen en algunos casos mirando para otro lado. No pueden quejarse las familias, en tanto sigan permitiendo con su beneplácito el hecho tipificado como delictivo, del manejo de todo tipo de redes sociales por sus hijos menores de edad. No puede en general la sociedad quejarse ni exigir responsabilidades, cuando consume de manera irreflexiva e imbécil programas que hacen del acoso escolar un circo, amenizado por contertulios que no necesitan el disfraz de payaso, empeñados en poner el acento en el morbo y no en la solución del problema. Aquí todos estamos pringados, así que antes de levantar la voz para protestar y quejarte, pregúntate con sinceridad: ¿Y yo, qué estoy haciendo en la lucha contra el acoso en edad escolar?