MÓVILES Y COLEGIOS. Propuesta electoral.

Rivera propone prohibir los móviles en los colegios, incluso en el recreo

Esperando como si de la final de la champions se tratara el debate A4 de esta noche, que pena que no hubiera sido A5, entre otras cosas por ver si el quinto en discordia acudía o no al mismo en coche o a caballo, caigo en la cuenta de haber desarrollado un inexplicable síndrome de Estocolmo al estilo de los secuestrados, que aún cansado y harto como ando de escucharles, especialmente las boberías y memeces vertidas sobre educación en las última semanas, espero con impaciencia y apetito el nuevo enfrentamiento de esta noche, hasta el punto de llegar a cometer el sacrilegio para mí de cambiar el debate político por el partido del Barsa.

Las ocurrencias electoralistas educativas se han sucedido incontenibles de uno y otro bando, y a ese fin elaboraremos post resumen este fin de semana, aunque bien es cierto y así hay que reseñarlo, que muchas de estas propuestas carecen no ya de viabilidad real, sino hasta de sentido. Me centraré hoy como ejemplo para demostrarlo, en una pregonada por el señor Rivera, aunque bien podría haber sido de cualquier otro, simplemente para como comentaba hace unos días el escritor Nando López, constatar la cristalina evidencia del desconocimiento total que unos y otros tienen sobre los organigramas, reglamentaciones y funcionamientos de los centros educativos de verdad, no de aquellos quiméricos ideados en sus fantasiosas mentes, sino de aquellos otros de olor a hormona en primavera, sudor en junio y mocos y toses en otoño.

Irrumpía a escena hace unos días el líder de Ciudadanos, una vez preparada la mochila con todos souvenirs que iba a aportar el lunes al debate, solo le falta para esta noche la hamaca plegable y las raquetas de playa, erigiéndose en el salvador de la patria educativa, proclamando a voz en grito “en las aulas, proponemos que se supriman los teléfonos móviles”, siendo recibida la valiente e imprescindible propuesta educativa, no habrá cosas más importantes ahora mismo, con estruendosa ovación aprobatoria de los asistentes.

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A ver si nos enteramos señor Rivera, y todos los de demás. No hace falta que ustedes, los políticos, prohíban nada. ¡No hace falta, porque los móviles están ya prohibidos en los centros! O por lo menos en mayor medida lo están. Para su interés y para el interés general de aquellos neófitos en el tema, existe en todos los centros por orden de las administraciones educativas, las que ustedes intentan dirigir como marionetas cuando gobiernan, un documento llamado R.R.I. (Reglamento de Régimen Interno), en el que todas estas actuaciones quedan legisladas por la propia comunidad educativa, siendo filtradas en última instancia por los mismos servicios de inspección. No vengan de salvadores del docente caído con estas chuminadas, ni de ángeles custodios del sentido común en las aulas. No malgasten el tiempo de sus intervenciones en tan banales tonterías, y si de verdad todos ustedes ansían hacer algo en pos del bien común educativo, prescríbanse el tratamiento para los cinco días que quedan de campaña, de repetir en voz alta en cada una de las comidas, mañana, tarde y noche: “Yo apuesto por la educación pública”.

El móvil, para los miles de voceros y palmeros que no han pisado un aula desde el estuche de Pelikan y el reloj calculadora, esos mismos que ahora van de guays y supermetodológicos, ya lo sabemos, no hace falta que nos lo repitáis constantemente, no somos tontos los docentes aunque a veces lo parezcamos, es un herramienta pedagógica poderosísima, susceptible por supuesto de poder utilizarse en las escuelas y colegios. ¡Claro que lo sabemos! Lo que no sé si saben ustedes, es que ya se están utilizando y aprovechando las potencialidades de sus formidables aplicaciones educativas: lectores de QR, realidades virtuales, aumentadas, geolocalizadores, traductores, etc. dentro del contexto escolar. Éstas, como debe de ser, se van introduciendo poco a poco, con cautela y tiento, aunque a veces también con recelo, convirtiéndose ya en un recurso cada día más común dentro de las aulas, preferentemente de secundaria, debido al salto cualitativo que supone su manejo en el refuerzo, profundización y adquisición de nuevos aprendizajes. Pero a partir de ahí, hay que ser claro, se acabó. No confundamos el recurso puntual, con la normalidad.

No es obligación del centro, y quiero que quede bien claro, educar en el uso adecuado y responsable de esta herramienta. El centro como se suele hacer con este y otros temas, debe facilitar situaciones de concienciación, aprovechando los momentos en los que se utilice dicho recurso para seguir aconsejando, reforzando y orientando una educación que pertenece en este aspecto casi en exclusividad al ámbito familiar. Los centros educativos, como sucede sin que nadie se rasgue las vestiduras en la mayoría de los trabajos de la madre y el padre, en el cine, en una charla, en un curso, y afortunadamente también en muchas mesas de hogares españoles a la hora de la cena, deben restringir de manera tajante, por el momento, el uso del móvil a libre albedrío en el alumnado, por lo menos en aquellos de educación primaria.

Digo por el momento, porque en un futuro, con otro tipo de cultura digital, otra conciencia ciudadana y otro tipo de contexto educativo, es posible que pueda y deba integrarse en el mismo de manera normalizada, para precisamente aprovecharnos de su potencialidad. Hoy día, en una sociedad que descaradamente minimiza los efectos nocivos de estos dispositivos en la infancia, así como su peligrosidad, y que los convierten en el premio por haber aprobado todo, o en el regalo estrella de las comuniones, supongo que para tener hilo directo con dios, estamos todavía muy lejos de encontrarnos en ese escenario. Porque, ¿está un niño de nueve años verdaderamente preparado y maduro para hacer un uso responsable del móvil? ¿Es justo cargar a la escuela una educación y concienciación de uso responsable del mismo, si es la propia familia quien ha tomado la determinación de proporcionárselo?

Aunque no queramos verlo en nuestros hijos, los niños y las niñas, no todos, pero sí una gran mayoría, en el entorno escolar, en los periodos de recreo normalmente pero también en clase, disfrutan haciendo sus pequeñas chiquilladas, siendo un poco cabroncetes, normalmente sin mala intención de fondo, sino simplemente buscando pasar un buen rato. Siempre ha sido así y es necesario que así sea. Son niños y como tal se deben de comportar. La diferencia es que si las pequeñas travesuras escolares antes se centraban en pasarse papelitos con “Fulana se gusta de Mengano”, o de lanzarse bolitas en clase con la cerbatana perfectamente diseñada del boli bic, ahora, aunque no todas han cambiado, fuera del entorno escolar se han añadido gracias a los móviles unas cuentas “bromitas” de muy mal gusto, indetectables para los adultos y por tanto incontrolables, que al ser amplificadas de forma inminente y descomunal en las redes, se perpetúan en el tiempo y acaban convirtiéndose casi sin darnos cuenta en casos de acoso escolar.

¿Quién entonces de los defensores del móvil dentro de los centros educativos, va a asegurar ese cien por cien de uso responsable del mismo entre los alumnos? ¿Quién tendrá la culpa cuando así no ocurra? ¿Quién velará por el buen uso del mismo, en espacios tan comprometidos y complicados de controlar como por ejemplo son los baños? ¿Quién garantizará que en estos lugares, a nadie se le ocurra tirar y compartir esa fotito tan divertida e inofensiva del compi haciendo sus cositas? ¿Cómo vamos a controlar qué es lo que con él hacen, si además creemos convencidos como padres, o nos han hecho creer, que supervisar el mismo es violar su intimidad y privacidad?

Este es el escenario actual. Así que aunque Rivera no ande desencaminado en sus argumentos prohibitivos, y eso que no es santo de mi devoción, e independientemente del uso del mismo dentro de los centros educativos, si que como padre alentaría desde aquí a todos los de demás a un mayor control del “juguetito” en cuestión. Solamente una sociedad obtusa y negligente antepondría la intimidad digital de sus propios hijos a la educación de los mismos. Porque algún día, haciendo dejación de funciones como hacemos, por no discutir, por no darnos el disgusto, porque no vuelva a montar en cólera, nos puede llegar el drama, o lo que es peor, la tragedia, cuando nos digan que es tu hijo, o tu hija, quien está en el ojo del huracán de un caso de  bullyng, siendo partícipe de las mofas a un compañero en el grupo de whats app, o de compartir en redes las vejaciones que recibe, apostillando las mismas con comentarios jocosos y emoticonos de risas desternillantes. Entonces nos echaremos las manos a la cabeza, y nos preguntaremos desconcertados cómo ha podido pasar, e intentaremos autoconvencernos de que mi hijo no, de que debe de ser un error. Pues no, tu hijo sí. Tu hijo también. Y suerte que tienes que por desgracia está en el lado de los agresores, porque… ¿y si estuviera en el otro? ¿Y si fuera tu hijo la víctima? ¿Seguiríamos entonces viendo el móvil un dispositivo tan inofensivo como hasta ahora?

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