AMARA BERRI o cómo hacer fácil lo difícil.

Aprovechando este lunes de puente de la “Cincomarzada”, ilusionados y decididos como las tropas Carlistas que se lanzaron contra Zaragoza hace casi doscientos años, nos desplazamos al AMARA BERRI (barrio nuevo) de San Sebastián, junto con una docena de compañeros, para visitar y vivenciar en primera persona un centro de educación escolar pública totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados. Ubicado aledaño al campo de fútbol de Anoeta, la escuela Amara Berri, catalogada por la fundación Ashoka como una de las “Changemaker School” (escuelas para el cambio) a nivel mundial, sigue manteniendo su filosofía educativa cuatro décadas después de su creación, integrada ahora dentro de una red de diecinueve centros de diferentes características pero similar sistema.

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Es complicado poder resumir en pocas líneas todo lo que observamos, a ratos embobados, a ratos perplejos, y hacerlo sin que se nos vea el plumero de condescendencia y beneplácito ante este tipo de educación a contracorriente, en el que “el hacer” monopoliza el espacio ante “el saber”, en el que la integración y la diversidad emanan con naturalidad de los diferentes niveles existentes en las tareas planteadas y no tanto de las adaptaciones de los profesores, y en donde la convivencia y el respeto fluyen como parte fundamental del proceso, en lugar de ser tratadas de forma descontextualizada y vacía en sesiones específicas de tutoría. Un sistema que a mi juicio ha sabido, o más bien supo, con valentía, trabajo y sensatez, sintetizar y discriminar lo verdaderamente importante de lo secundario, pudiéndose así centrar en los cuatro pilares capitales en los que sustenta su proceso educativo: el alumno, su competencia, el juego y la transferencia de aprendizajes, no solo de carácter significativo partiendo de la zona de desarrollo proximal que predicaba Vygotsky, sino de forma también social entre los propios alumnos de la escuela.

Concretando y traduciendo en hechos para que todos no entendamos, estamos hablando de una escuela en la que no hay cursos, sino que los niños se agrupan por niveles, cada dos años, primero y segundo de primaria juntos, tercero con cuarto, etc. estableciendo dentro de ese orden a su vez otros subgrupos de entre cuatro a siete niños, heterogéneos para unas tareas y homogéneos para otras, que fundamentan la base de esa continuidad y trasvase de aprendizajes entre pequeños y mayores: “Yo te enseño a ti y al próximo año tú enseñarás a otro”, estrechando los lazos de afecto y relación entre el alumnado y cultivando de esta forma una sana convivencia basada en el respeto y la ayuda al compañero.

Tampoco hay asignaturas como tal, sino espacios, lugares, estancias funcionales en forma de aula, donde por tareas agrupadas por campos de conocimiento, los niños van rotando por grupos, probando, descubriendo, afianzando y reforzando sus propios aprendizajes casi siempre de forma práctica. No hay mates, ni lenguas, ni ciencias, sino que cada espacio, tal y como nos explicaba Emilio del que luego hablaré,  “huele” a algo diferente, un olor parecido a cada una de las asignaturas que todos conocemos y que relacionamos inconscientemente con libros de texto de diferentes colores y editoriales.

Las aulas de esta escuela por tanto, no son una sucesión de habitáculos clonados sin alma ni identidad al más puro estilo campo de concentración, solamente diferenciados por el cartelito de la puerta. En este cole un aula es “El barrio”: con su tienda y sus comercios, otra aula es “La sala de medios de comunicación”: con su radio, su televisión, su periódico, sus webs, otra “La biblioteca”, otra “La casita” para los de infantil, y así sucesivamente. Todo tiene un sentido, un porqué, y sobre todo un ¿para qué? Todos los aprendizajes quedan englobados y repartidos magistralmente dentro de las tareas a realizar en estas dependencias estratégicamente diseñadas, teniendo cada una de ellas un método de trabajo expuesto al alumno, para guiar sus aprendizajes y ayudarle a crear sus propias estrategias. Así, en la tienda se calcula, se estima, se redondea, se pesa, se mide, etc., en los medios de comunicación, se busca y se selecciona información, se resumen textos, se vuelven a redactar, se corrigen, se leen, se exponen, y se publican utilizando las nuevas tecnologías. Cada soporte obliga al alumno a dar lo mejor de sí mismo. Si el texto va a ser publicado en un blog, este se esmerará en corregir sus propias faltas de ortografía, si va a ser grabado en un audio podcast, tendrá muy presente vigilar los signos de puntuación y la entonación de la lectura, o si por el contrario va a formar parte de un cartel publicitario,  pondrá especial énfasis en remarcar las ideas clave del mismo. Las tareas encuentran verdadero sentido en ese magistral ¿para qué las hacemos?

No hay mesa de profesor, por si alguien se lo preguntaba. El rinconcito con tu ordenador, tus cajones con llave y tu armario repleto de guías didácticas, desaparece de la ecuación. Los profesores, dos por aula normalmente, deambulan de un lado a otro de la sala, dando apoyo, guiando y certificando que las tareas y los aprendizajes están siguiendo las dinámicas más o menos previstas. La pregunta surge rápida: “¿Pero cómo que dos maestros por aula? Eso en mi colegio es impensable”. Pues no, te equivocas, en tu colegio como en el mío también es viable. El secreto reside en los apoyos. Esta mal enfocada enseñanza individualizada, nos está llevando equivocadamente a establecer cada vez más y más apoyos ordinarios de manera individual y en pequeño grupo. Apoyos no siempre necesarios, que acaban convirtiéndose muchas veces en: “Abre la boca y toma la papilla”, implicando esto una pésima optimización del personal docente del centro. Sin embargo, en esta organización que Amara Berri nos plantea, al disponer de infinidad de niveles dentro de cada una de las tareas propuestas al alumno, cada niño marca sus propios ritmos de aprendizaje, constituyéndose una integración de todo el alumnado dentro de la propia estructura de trabajo, permitiendo así al centro poder contar con dos docentes por aula. Estos pueden de una forma mucho más óptima tratar la diversidad existente, planteando retos más complicados para aquellos alumnos que así lo demandan, y tareas más sencillas o adaptadas para aquellos otros que encuentran o presentan más dificultades.

La ventaja no solo reside en que con la misma plantilla de profesorado llegas de una manera más eficiente a todo el alumnado, sino que además tu labor docente es mucho más específica y especializada, pudiendo profundizar más en la misma. Aunque existen los maestros tutores de referencia de cada uno de los grupos, un mismo profesor no se tiene que encargar de programar, diseñar, impartir, evaluar y calificar un sinfín de áreas, sino que se encarga de diseñar uno o dos espacios que tiene bajo su responsabilidad, siendo los alumnos los que van rotando por esas estancias y no al revés. Eso supone además la ventaja de poder disponer del especialista en inglés durante toda la jornada en su aula de idiomas, del de ciencias en la suya, o del encargado de nuevas tecnologías siempre presente en la de medios de comunicación. Se pierde la figura del docente correpasillos, cargado de cuadernos y carpetas que a toque de timbre busca desesperado su clase. Es el mundo al revés, ¡pero qué bien les ha quedado a los jodidos!

Y aún queda lo mejor. Porque no se puede contar. Leerlo te genera infinidad de dudas. Yo mismo confieso haber arrancado de Mallén poco convencido. Es allí, cuando babeando y boquiabierto ves a los niños entrar y salir de las aulas con total naturalidad y educación, cuando te das cuenta de que no es una escuela, sino una sociedad recreada en pequeño para ellos, un microcosmos escolar escrupulosamente diseñado para que aprendan haciendo, no teorizando sobre libros de texto, sino ejerciendo, comprando, encargando, contando, produciendo, escribiendo, publicando, retransmitiendo.

El clima que se respira es de tranquilidad. De calma. El mínimo volumen de decibelios escuchado al poner un pie en el colegio, ya te hace pensar que lo que vas  a ver allí es diferente. No hay prisas por cumplimentar temarios, terminar exámenes, corregir deberes. No existe ese estrés educativo al que nos hemos mal acostumbrado pequeños y mayores. Los niños están entretenidos a lo suyo y los profesores se muestran mucho más relajados, al no tener que malgastar sus fuerzas pidiendo silencio continuamente, solicitar atención, o reconducir conductas. Los padres, convencidos y encantados, porque a todo esto hay que sumarle, que no hay libros de texto (con el ahorro que esto supone), el material es común para toda la escuela y no suele haber deberes tal y como se entienden hoy en día. Además, y por si esto fuera poco, las familias pueden seguir con facilidad desde sus casas la vida del centro, ya que este emite en directo por radio en frecuencia modulada para todo el barrio, contando incluso con canal interno de televisión, estudio y reporteros de unidad móvil, que acuden raudos a las aulas cuando acontece la noticia para dar buena cuenta de ella. Lo dicho, ver para creer.

¿Pero y cómo evalúan entonces?” Te viene rápidamente a la cabeza. Pues evalúan lo que trabajan, básicamente las competencias del alumnado y no necesariamente por medio de exámenes escritos, sino que un código QR por ejemplo pegado en el portfolio del alumno, puede encerrar una prueba de expresión oral, o redirigirte a una muestra de expresión escrita alojada en la web. No se centran tanto en la evaluación psicótica de contenidos teóricos, que cuidado también son necesarios y también se trabajan (es imposible poder desarrollar estrategias de cálculo si uno no se sabe las tablas de multiplicar), sino que la evaluación de estos queda subordinada a la propia evaluación competencial.

Emilio, quien nos apadrinó en nuestra visita, es uno de los asesores y formadores de este sistema Amara Berri. Dicharachero y cómplice en todo momento, nos mostró ilusionado el proyecto como si el lunes fuera su primer día en el cargo, algo que ya te dice mucho después de más de dos décadas desempeñando el mismo. Persuasivo, con una percepción de lo educativo mucho más profunda que la de la media docente y con la seguridad que da la experiencia, nos habló de otro de los grandes secretos de esta escuela, una pata fundamental, que junto con tener las ideas muy claras, trabajar mucho y tener una mente siempre abierta a posibles modificaciones en forma de mejoras, se antoja esencial en el proceso: “Hay que crear discurso pedagógico”, nos repitió varias veces durante toda la mañana. Y es cierto, porque debemos de ser capaces de explicar las cosas a las familias, a la sociedad. ¿Qué queremos?, ¿qué pensamos?, ¿dónde estamos?, y ¿a dónde queremos llegar? Nos está faltando discurso, oratoria, dialéctica para convencer. No puedes impulsar un modelo como este si no eres capaz de convencer a tus familias primero, pero si lo haces, podrás ir con ellas al fin del mundo. Nos obligamos como docentes en las reuniones de principio de curso, a contar todo lo “qué” vamos a hacer, y el “cómo” lo vamos a hacer, cuando de verdad lo que los padres sentados en las sillitas de nuestros hijos queremos saber, es el “porqué” lo vas a hacer. Queremos que el docente nos convenza de que eso es lo mejor para nuestros hijos. Discurso pedagógico.

Seguro que el sistema tiene sus fallos, sus vacíos, ninguno es perfecto, tampoco lo es ni mucho menos el común utilizado por casi todas las escuelas. Sus detractores, se aferrarán al manido recurso de la cultura del esfuerzo, como si aquí no se esforzaran, o al sobado argumento de que debemos de preparar a los alumnos para el paso a secundaria, para enfrentarse el día de mañana a un sistema plagado de asignaturas, libros de texto y exámenes bajo presión. Es una evidencia que estos alumnos no están acostumbrados a trabajar de esa manera, pero sin embargo también es un hecho, que  hablamos de niños proactivos, con iniciativa, sin miedo a lo novedoso, con autonomía, con capacidad para tomar apuntes, para sacar conclusiones, para ponerlas en común, registrarlas, establecer sus propias hipótesis, contarlas, representarlas, exponerlas en público e incluso maquetarlas y mostrarlas en la red. Quizá no conozcan al pie de la letra la definición de adjetivo o de complemento directo, pero saben perfectamente a fuerza de utilizarlos cuál es su uso, sus formas, sus variantes y su razón de ser dentro de un texto. No estoy tan seguro yo que vaya a ser más traumático para este alumno ese paso a secundaria, que el que será para otro alumno empachado de contenidos que repite como un lorito una y otra vez, acostumbrado a hacer el mismo tipo de pruebas, los mismos tediosos ejercicios y de poner la misma cara de resignación e indiferencia hacia lo aprendido.

Ojalá el día de mañana, mi escuela pueda ser lo más parecido a esta. Una escuela no asfixiada por el propio sistema, ni empeñada en dar con la tecla de la motivación del alumno, ya que como bien sentenció la fundadora de Amara Berri, Loli Anaut, estos ya tienen la suya propia, básicamente jugar, de ahí esta genial y sencilla idea de plantear los aprendizajes de forma lúdica. ¡Qué fácil y que difícil a la vez!

 

 

 

 

 

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