Ni notas en clase ni marcadores en baloncesto: el fin de la competitividad de los ‘niños burbuja’.
Leía con retraso este artículo que me mandasteis, el mismo domingo que esperaba impaciente la flamante final de “MasterChef Junior 6”. Aparte del horario de emisión, un domingo casi a las once de la noche, un verdadero atentado de la televisión pública para un programa seguido también por miles de niños, nada tengo en contra del formato. Al revés, me parece buenísimo y me agrada enormemente. Disfruto con cada programa, siendo fiel seguidor del mismo, sobre todo de esta versión infantil, que derrocha honestidad y franqueza por todos y cada uno de los poros de estos pequeños aprendices de chefs. Aún a pesar de hacerme sentir después de ver el programa como un auténtico inútil, cada vez que salgo de casa de mi madre con el tupper de comida preparada, me encanta por uno de los valores que ensalza y de los que nadie se rasga las vestiduras cuando lo presencia. La competición. Porque ahí los niños compiten. Y no compiten por ganar o perder un partido de recreo. No compiten por sacar un seis o un siete en Lengua. Compiten por conseguir un sueño. Compiten por alcanzar la gloria, por ser los mejores, los números uno, siendo expulsados y eliminados de la competición cuando fallan, se ponen nerviosos, tiran una cazuela, dejan un plato soso o simplemente no aguantan la presión. Aunque esas eliminaciones son rebozadas magistralmente por los presentadores del programa, básicamente la idea central del mismo se basa en eso, en buscar al mejor entre los mejores, en una competición a muerte, entre ollas, pucheros y recetas imposibles.
”Partidos sin resultados, colegios sin premios para alumnos sobresalientes… ¿Es la excelencia un problema para la educación? El exceso de protección en los colegios propicia una paradoja: que destacar se vea como algo negativo”.
No he oído todavía a nadie levantar la voz en contra de este programa. Denunciar lo “traumático” de estas experiencias. No he oído quejas sobre la enorme presión, la inmensa responsabilidad, o la congoja que puede suponer saberse observado por millones de espectadores tras el televisor, para niños que no superan los doce años, etapa de Primaria. Sin embargo, llevándolo ya a nuestro ámbito, si leo titulares, y escucho cada vez más opiniones de “expertos en educación”, sobre lo traumático que supone para el niño de hoy en día las notas en primaria, por las intrínsecas connotaciones competitivas que estas tienen. Voces que claman contra la “crueldad” y pocos escrúpulos de algunos docentes, que se atreven de vez en cuando a cantar dichas notas en voz alta, fomentando la comparativa entre los propios alumnos. Compañeros imbuidos hasta la médula por pseudocorrientes, que destierran por estimarlas tremendamente perjudiciales, cualquier atisbo de competición en el marco escolar, abogando en su lugar por el triunfo de la mediocridad, del “todos somos iguales, no es bueno destacar”, en pos de no alterar la paz y el confort emocional del alumno y de no dinamitar las relaciones interpersonales del grupo.
“Ya no es que no nos digan las notas en alto: es que nos han pedido que no se las preguntemos a nadie”. Luis, un niño competitivo de 12 años, protestaba así por la nueva política de su colegio. El mismo centro que, paradójicamente, había reconocido la excelencia académica de su hermano mayor, de 16, en una ceremonia de fin de curso. Aunque eso fue hace unos años. Ahora los premios a las buenas notas se han convertido en galardones a la ciudadanía para los niños que mejor se portan. Reza el artículo.
Está bien valorar y premiar el buen comportamiento. Cada día se antoja más esencial hacerlo y potenciarlo, ya que la convivencia además de ser fundamental en la vida de los centros y por ende de la sociedad, cada vez más se está viendo afectada por nuevas actuaciones y modelos altamente negativos. Pero no por ello debemos de dejar de premiar lo otro. ¿O acaso no recibe medallas y copas aquel alumno buen deportista en actividades extraescolares? ¿No reciben igualmente galardones y reconocimientos en forma de atronadores aplausos, aquellos otros dedicados al baile, la música, o artes por el estilo? ¿Por qué no tiene derecho a recibir el mismo reconocimiento aquel alumno buen estudiante? Sencilla respuesta, porque está en la escuela. Todo lo que en otros escenarios se nos presenta como normal, en la escuela no tiene cabida, simplemente porque se ha extendido una confundida idea sobre integración, en la que elogiar a un alumno parece suponer es a la vez defenestrar sin quererlo al compañero. Los docentes y los centros, debemos de tener un criterio claro y no mostrar esa ambivalencia continua fruto de todo lo que llega a nuestros oídos, de lo contrario acabaremos por volvernos locos y volverlos a ellos.
“Lo mismo sucede en los partidos de baloncesto de menores de ocho años que se juegan en Andalucía. La Federación Andaluza de Baloncesto lanzó el año pasado la iniciativa Valorcesto, que prescinde de los marcadores con las canastas de cada equipo para, en su lugar, contabilizar los puntos que consiguen los padres de los pequeños en función de su fair play durante el partido”. No me parecen mal este tipo de iniciativas. Me parecen buenas ideas dentro del deporte escolar de iniciación, pero tarde o temprano tendremos que enseñarles a competir, cuanto antes mejor. Insistir siempre en estas estrategias, lleva a la postre a una desvirtualización del propio juego. Tendremos que enseñarles a ganar y sobre todo a perder. A respetar al rival y a respetar las normas del juego. A saber encauzar y transformar la frustración de la derrota en esfuerzo, tesón y perseverancia para ser mejor cada día. No podemos y menos desde el ámbito escolar educar desde el “muerto el perro se acabó la rabia”, porque entonces ni somos docentes ni somos na. No puede ser que monitores de clubes deportivos de barrio, estén trabajando y educando esa competitividad mal entendida, y la escuela, en teoría institución educativa por excelencia, se dedique a intentar enmascararla o directamente erradicarla. Porque luego seremos nosotros mismos, los docentes, quienes en la sesión de evaluación del trimestre, expondremos con pesadumbre unas veces y cierta irritación otras, que Fulanito no tolera la frustración, que se bloquea con facilidad o que pierde los papeles ante el fracaso. No podemos quejarnos sino estamos intentando poner remedio. ¿O es que necesitamos que nos lo vendan con un bonito envoltorio con lazo, y entonces sí, al oír resiliencia, en boca del último gurú educativo de postín, nos lo creamos y nos pongamos manos a la obra? Hoy no son los políticos los señalados, ni tan siquiera las infinitas y cambiantes corrientes educativas. Hoy somos nosotros, docentes y también padres, quienes somos los verdaderos responsables de esta doble moral instalada en torno a la competición en el marco escolar.
La final la ganó el madrileño Josexto, un chaval espectacular además de un artista en la cocina, que todos querríamos para hijo. Cuando los guisos no alcanzaban su punto de cocción y el ceviche de carabinero y percebe no acababa de salir, el se repetía en voz baja: “Si nos caemos, nos levantamos” Me emocioné al oírlo y me produjo sana envidia, lo reconozco. Porque me hubiera gustado que esa frase de motivación, de superación de las dificultades de cualquier competición y de la vida misma, hubiera salido de su maestra, de su profesor de Ed. Física, pero no, esa frase se la enseñó su entrenador, de fútbol para más INRI, deporte ahora convertido en el auténtico anticristo de patios escolares, con connotaciones machistas, violentas, totalitarias y no sé cuántas más. Igual deberíamos de tomar los docentes buena nota. Porque algo estaremos haciendo mal, cuando nuestros alumnos, en los momentos donde tienen que sacar lo mejor de ellos, se acuerdan de sus padres, de sus entrenadores, de sus ídolos de la pantalla, pero ya no de nosotros, sus profesores. También ahí, hemos dejado de ser para ellos una referencia. ¡Felicidades míster!
“La vida es intentar sacar adelante cosas. Si suprimes la competitividad, hay apatía hacia todo.” Nos dice la autora María Calvo en el artículo. Comparto cien por cien su idea. Hay que educar esa competitividad para enseñarles a intentar hacerlo siempre lo mejor posible, sabiendo valorar el esfuerzo por encima de los resultados. Pero claro: “ – El peor castigo que puede tener una persona es la rebaja de la autoestima. – declaró la ministra de Educación, Isabel Celaa, para justificar que se pueda aprobar Bachillerato con un suspenso”, si nos ponemos en estas tesituras, si todo va a valer por preservar la autoestima y el confort emocional de nuestros alumnos, va a ser complicado que podamos tirar de ellos. Si esto se va a consentir en Bachillerato con alumnos que se encuentran a las puertas de la universidad, en pos de ese blindaje emocional, que no se nos va a demandar en Infantil y Primaria. Viendo además la nueva orden de Aragón de hace tres días sobre tareas escolares, prometo hablar de ella la semana que viene si no me inmolo antes en una pira de estándares, rúbricas y criterios de evaluación, mucho me temo que vamos camino de convertir los centros educativos en auténticas ludotecas. No en guarderías, donde los pequeños por iniciativa propia disfrutan del juego heurístico, sino ludotecas, porque además de que no se frustren, habrá que entretenerlos para que los chicos vengan motivados. Así que compañeros id preparando la peluca y la nariz de payaso, en sustitución del bolígrafo rojo de corregir, catalogado ya hoy día por diferentes estudios psicopedagógicos como arma devastadora de la autoestima del estudiante. Después vendrá el tío PISA con las rebajas, con sus pruebas de evaluación puras y duras de lápiz y papel, sobre la competencia curricular en matemáticas, lectura y ciencias, y nadie tendrá en cuenta la progresión, el esfuerzo o la madurez del alumnado, ni tampoco nadie apelará a como queda su autoestima, al no saber responder a la mayoría de las preguntas. Las conclusiones que se sacarán entonces ya se les adelanto yo, así ahorramos en estudios: unos dirán, las metodologías están obsoletas y hay que incentivar la formación y la innovación de los docentes, otros, esto solo pasa en la educación pública que es un desastre, donde vas a comparar con las privadas, y todos, los maestros son unos zoquetes, unos bienvive, y además tienen muchas vacaciones. Continuamos para bingo.
Competir es sinónimo de aliciente, de motivación. Porque a todos nos gusta ganar. A todos. A unos más que a otros, pero la sensación placentera de haber ganado, sea en el ámbito que sea, a todos, pequeños y mayores nos da un plus de energía y motivación. Eliminando la competición del marco escolar, eliminamos un arma poderosísima para impulsar aprendizajes. Por tanto, la competición, los retos, (también pueden ser cooperativos, aunque también en ellos ganas y pierdes, compitiendo igualmente), es de las pocas cosas que pueden ayudarnos a sacar de la perpetua apatía escolar en la que se están instalando algunos de nuestros alumnos, de nuestros hijos. Es un caramelo metodológico que les podemos ofrecer para despertarles, porque hay que dejar bien claro que son ellos, y no la escuela o los docentes, los responsables de su motivación. Es necesario a principio de curso explicar a las familias este punto, no tienen porque saberlo, y dejar bien claro como nos indican desde el campo de la psicología, que la motivación es inherente a la propia persona, es decir no viene de fuera, es el propio alumno quien debe de buscar y encontrar esos alicientes, y la competición, sea en el formato que sea, puede ser uno de ellos.
En el extremo opuesto nos topamos con la excesiva sobreprotección del menor, aquella que reniega de la competición por lo negativo de las consecuencias de sus derrotas, anteponiéndolas a las virtudes de sus logros, protegiéndolos igualmente de enfrentarse a desmesurados esfuerzos y dificultades por el miedo que supone el fracaso. Si a esto le unimos la percepción que los niños tienen de que “el llorar funciona”, la bomba de relojería en la formación de la personalidad del niño queda activada. Porque ellos lo saben. Estos pequeños a los que tanto queremos y a los que para unas cosas vemos tan inocentes e ingenuos, son unos auténticos profesionales del chantaje emocional, jugando con él y con todos nosotros, con una habilidad pasmosa. En casa con los padres, pero todavía más en la escuela, donde saben que su llanto provoca congoja en el docente. Igual que el más temible depredador, huelen el miedo de este. Porque un niño llorando a lágrima tendida cinco minutos antes de que toque el timbre, es sinónimo de bronca a las puertas del aula, un minuto después del mismo.
Jamás había visto tanta lágrima por todo en la escuela. Sobre todo por temas académicos. Niños de primaria llorando desconsoladamente, por la nota de un examen, control, prueba, trabajo, o de lo que sea. Algo está fallando. Estoy convencido de que esa indestructible burbuja construida a su alrededor, los acaba convirtiendo en víctimas de un sistema para el que no están preparados, no sabiendo tolerar los fracasos, gestionar sus emociones, o manejar la frustración. Pero cuidado, también hay mucho de morro y de dramatización en la escena. Ya he visto muchas de estas y puedo dar fe de lo que hablo. Porque saben que llegar llorando a casa con una mala nota en la agenda, es sinónimo de un: “Tranquilo no pasa nada, mañana iré sin falta a hablar con el profesor porque ayer te lo sabías perfectamente”, y que sin ese llanto, igual en vez de consuelo encuentran en casa reprimenda. Así que como tontos no son, optan por lo que todos optaríamos en su lugar, el llanto flojo y la lágrima fácil. Muchos han sido los padres a los que se les ha cambiado el color, cuando al ir al mismo día siguiente a repasar el examen junto al profesor, han visto pasmados que su hijo ni siquiera lo había terminado, dejando las preguntas que efectivamente se sabía, totalmente en blanco, únicamente por la pereza que le suponía tener que escribir más, aún a pesar de la insistencia del profesor.
“Es imprescindible reconocer el esfuerzo y si se da la necesidad, reconducir los excesos de competitividad” Y así se viene haciendo y creo que muy bien. El refuerzo positivo, un adelanto psicopedagógico que no se estilaba tanto hace unas décadas, para que no me acusen de escribir siempre instalado en que cualquier tiempo pasado fue mejor, se da ahora por suerte en el entorno escolar y también familiar, en mucha mayor medida que los refuerzos negativos o castigos. Así que no hay que tener miedo, a que por una vez, nuestros alumnos e hijos, se vean en fuera de juego o en el furgón de cola, porque eso va a suponer que en otras seguramente se encontrará en la cúspide del grupo, con todo lo gratificante que eso implica para la autoestima. De esta manera aprenderá también a conocerse, a saber cuáles son sus virtudes y sus defectos, y a hacerse una imagen más real y ajustada de sí mismo.
Lo que debemos de hacer todos es reflexionar sobre nuestras actuaciones y no volver a culpabilizar a la escuela, una vez más, de generar desigualdades al fomentar la competición en sus intervenciones educativas. Porque quienes estamos compitiendo absurdamente y mucho, somos los propios padres desde el mismo día en que nos convertimos en ello. Empezamos porque mi niño sea el más guapo, el más gracioso, el que primero habla o el que antes anda, para seguir en la escuela con que sea el primero en aprender a leer, lleve posteriormente a clase el trabajo más espectacular, saque las mejores notas, o le incitemos a no dejarse pasar en la fila por ese niño que tiene mucho cara y que todos días se cuela, para terminar a gritos con el entrenador de extraescolares porque mi chico ha jugado menos que los demás, o a vergonzosos bofetones con los padres rivales del equipo contrario, por el resultado de un triste partido de categoría alevín.
Quizá quienes debemos de trabajar esa competitividad somos nosotros, y a partir de ahí dejarnos en este tema de hacernos selfies al ombligo, que dice Sabina, y educar de verdad a nuestros chicos en la victoria y en la derrota, en el éxito y el fracaso. Y por cierto: “ – De todas maneras, nos vamos a enterar de las notas, mamá, – decía Luis, el niño al que invitaban a no preguntar a sus compañeros si habían aprobado o suspendido. – En cuanto acaba un partido de baloncesto, los niños saben quién ha ganado, llevan la cuenta, – decía Rosa, madre de Oliver, un niño que ahora juega al Valorcesto”, dejemos también de tomarles por tontos, son pequeños pero mucho más listos de lo que pensamos, porque así además de no educar, no estamos haciendo más que el ridículo.