Quería hablar hoy de los festivales de Navidad de los colegios. Explicarlos tirando de humor, de ironía, haciendo una antología del disparate que sirviera para minimizar polémicas y arrojar algo de sensatez sobre el asunto, pero me va a ser difícil hacerlo. Ese espíritu navideño que llenaba ya las aulas de los colegios, el suyo imagino que también, las salas de profesores, los escenarios improvisados en patios de recreo y pabellones de barrio, ha saltado totalmente por los aires al conocerse la trágica noticia de nuestra compañera Laura. Una maestra, una mujer, una chica más, que pierde vilmente su vida llena de ilusiones y futuro. Una lacra abominable en la que todos debemos de mojarnos e involucrarnos sin dobleces ni pretextos, porque todos somos Laura, mujeres y hombres, pero sobre todo, lo son aquellas compañeras que como ella compartían pasión y desempeño. Docentes, que en ella, en su deambular solitario e indefenso por pueblos de aquí y allá, por escuelas desamparadas y por destinos desolados, se han visto reflejadas. Por todas ellas, Laura, descansa en paz.
“El Festival de Navidad”
Mentar su nombre es motivo seguro de debate y cada vez más de controversia. En una sociedad en la que hemos tomado por costumbre confundir el derecho a opinión con la exigencia, todas las demandas provenientes de intereses personales parecen estar legitimadas, al amparo del respeto de las sensibilidades de cada individuo, máxime en aquellos servicios públicos en los que bajo el paraguas del: “¡Para eso pago!”, todo parece tener cabida. Se hace necesario en estas fechas, explicar y delimitar de manera diáfana, cuál es el verdadero marco de actuación y cuáles las competencias que nos corresponden a cada uno de nosotros en torno a los festivales de Navidad de los colegios. Que posibilidades de intervención albergo y que puedo o debo exigir, haciendo así un notable ejercicio de transparencia al no dejar atisbo de asomo a la demagogia, el correctismo, y la mala baba, tan comúnmente presentes cuando se discuten estos temas.
Me mojaré. Me gustan este tipo de eventos dentro del marco educativo. Disfruto enormemente de los mismos como docente y estoy totalmente a favor de su celebración, eso sí, entendiéndolos siempre como festivales abiertos, de temática diversa, también por supuesto navideño-religiosa si así se ha tenido a bien. No me importa que defenderlos pueda parecer carca, retrógrado o impopular. Creo que tienen sentido dentro del marco actual en el que todavía se imparte la asignatura de religión en las escuelas, eso sí, siendo estudiado y valorado por supuesto dentro cada contexto educativo. Creo que es un espacio y un tiempo ideal para el trabajo de todas esas otras competencias sociales que tanto a la escuela se nos reclaman, así como para el trabajo multidisciplinar de otras artes, sobre todo las escénicas, que por otro lado ya tienen menos presencia que la religión en el currículum, pudiéndole así darle la vuelta y convertirlas en contenidos de gran peso e importancia dentro de los proyectos educativos de centro. Otro tema será el día que quienes tienen que legislar, cambien el escenario actual y planteen la total laicidad de la educación pública como muchas voces ya demandan. Ahí el debate habría que enfocarlo ya desde otro prisma bien distinto.
A día de hoy, son los propios colegios normalmente en sus claustros de profesores, quienes deciden sobre festivales de Navidad sí o no. Ni es mejor colegio aquel que celebra este tipo de actos, ni peor aquel otro que no lo hace. Es una complicada decisión que se toma en base a un sin fin de variables en juego: filosofías, tradiciones, costumbres, entornos, formas de trabajar, plantillas, alumnado, etc. No somos las familias a quienes nos compete decidir, son los maestros quienes lo deben de hacer ya que serán ellos igualmente los responsables de llevarlo a cabo. Las familias podemos proponer ideas, poner en marcha iniciativas, e incluso como hacen en algunos centros apoyados en las AMPAS, organizar de manera paralela al centro el propio festival. Aquellas familias que se sienten agraviadas porque el centro de sus hijos no gusta de la celebración de estos actos, o al contrario, se enojan y despotrican contra él por la celebración de los mismos, deben de saber que la filosofía del centro está reflejada en el Proyecto Educativo del mismo, el cual pueden consultar antes de tomar la decisión de matricular a su hijo, informándose así de su celebración, tal como hacen con otros contenidos de los cuales luego no protestan como el bilingüismo, los libros de texto, los talleres de la tarde o los proyectos de innovación en los que el centro está inmerso.
Simplemente se trata de contentar a las mayorías. Como se ha hecho toda la vida. Ni más ni menos. Quizá no siempre sea lo más justo, pero hasta ahora nos ha funcionado bastante bien. Vivimos en sociedad y las palabras respeto y tolerancia deben de ir juntas y de la mano. No entiendo que nos llenemos la boca cuando hablamos de una sociedad democrática y en cuanto aparecen las microsensibilidades personales a relucir, en pos del respeto de todos y cada uno del grupo, resulta que esta no pueda ni deba de ser aplicada. Lo políticamente correcto está ahora por encima de lo políticamente democrático. La escuela es una pequeña comunidad y como tal propondrá actividades con las cuales podré estar en más o menos de acuerdo, teniendo la libertad total de decidir de si mis hijos participan de las mismas o no. Lo que no puedo hacer es cohibir, amedrentar, o intentar imponer por encima de los intereses de la comunidad mis sensibilidades, inquietudes, recelos, filias, fobias, culturas, credos, etcétera.
Si la escuela debe de escuchar y plegarse a todas y cada una de las demandas y exigencias que le llegan, es imposible que pueda poner en marcha absolutamente ningún proyecto, festivales de esta índole menos todavía. Comenzaríamos escuchando a esa familia que por la mañana exige cambiar el nombre al festival para que no tenga connotaciones religiosas evidentes y por la tarde se afana en escribir la carta a los Reyes, suponemos que a los de Oriente, ya que no están los Borbones para muchas hostias. Habría que esmerarse en buscar por supuesto la máxima paridad en las representaciones de personajes masculinos y femeninos, disponiendo con meticulosa escrupulosidad la igualdad en número de pastores y pastoras en la postal, incluyendo este año una reina Melchora o Baltasara en la representación. La escenificación de los animales del portal, evidentemente deberían ser eliminada de la estampa, ya que pudieran estar sufriendo maltrato al estar hacinados en ese minúsculo habitáculo de cartón piedra que el ciclo de infantil se ha currado, además de mal alimentados, ya que el pastor que los cuida anda perdido por los montes de Judea, en forma de indescifrables recorridos con líneas de colores que sus profes le han marcado en el suelo del escenario. La censura de programas tipo “Eskolae” en Navarra, jugaría su papel estando atenta y ojo avizor para analizar esas frases de villancicos subidas de tono, tipo: “La virgen se está peinando entre cortina y cortina, los cabellos son de oro y el peine de plata fina”, no sea que evoquen en los pequeños estampas calenturientas y/o de estereotipos de género. Habría que escuchar igualmente a las sociedades que luchan contra el alcoholismo, ya que pedirían con total seguridad la retirada de aquellos números que tengan una clara incitación a la bebida en los menores, prohibiendo letras como el “Beben y beben y vuelven a beber”, también el ´”Saca la bota María que me voy a emborrachar” y evitar por supuesto el requesón, la manteca y el vino para el niño Jesús. Se debería detener ipso facto en la frontera a esa burra cargada hasta las trancas de esa mercancía devastadora para la juventud como es el chocolate, no el de fumar que ahora ya casi parece menos nocivo, si no el de comer, e instarla a cambiar la mercancía por productos mucho más saludables nutricionalmente como es el brócoli, la quinoa y el aguacate. Pondríamos en tela de juicio esas soflamas radicales y poco solidarias con el vecino necesitado que viene a pedir ayuda a nuestra casa, “si voy a dar a todo el que viene a pedir en Nochebuena, al final voy a ser yo quien va a tener que pedir de puerta en puerta”, que parecen escritas por los mismísimos dirigentes de los nuevos partidos de extrema derecha. Para terminar, deberíamos de denunciar de una vez ante inspección educativa y expulsar del centro, a todos los cabrones amigos del pobre Rodolfo el reno, Rudolph que para eso somos bilingües, por perpetrar ese cruel y miserable bullyng al que lo tienen sometido desde hace décadas: “Todos sus compañeros se reían sin parar y nuestro buen amigo no paraba de llorar”.
¡Así es imposible! Con tanta exigencia, tanta estupidez y tanto escuchar súplicas de unos y otros, esto se convierte en un germen de conflictos continuos, de confrontaciones, quejas y cartas al director. Algunos colegios han optado por cancelar este tipo de eventos, y no precisamente por el enorme trabajo que conlleva entre los docentes, sino por la perpetúa sensación de tener que estar constantemente dando explicaciones por todo. Si a todo esto le sumamos además aquellos otros rifirrafes entre familias y docentes, con comentarios típicos que duelen y mucho: “Vaya poca vista, a mi niño lo han puesto de árbol y no dice ni una frase”, “Nos hemos tenido que currar unos disfraces como si tuviéramos tiempo para estas tontadas”, “El número que han elegido este año es una auténtica chorrada”, etc., hacen que el clima se torne cada vez más insoportable y se aproveche la connotación religiosa de estos actos como excusa perfecta para salir del paso, y así en pos de la igualdad acabar eliminándolos de las programaciones.
Está de moda hablar de emocionarse en la escuela. Desde el campo de la Neuroeducación, esa nueva ciencia que tanto se oye y de la que no conozco su verdadera base empírica, se afirma categóricamente que la emoción es el motor del aprendizaje. Aquello que nos conmueve verdaderamente, aquello que nos emociona, es lo que a los individuos nos hace aprender. Lo sentimientos, pasan al primer plano en el campo del aprendizaje y de la educación, nos instruye el Doctor en Neurociencia y Medicina Francisco Mora Teruel, (https://www.youtube.com/watch?v=d2Fud46xFPQ ). No seré yo quien le discuta, pero si así es, si es verdad todo lo que nos están contando desde estas nuevas ciencias, los festivales de navidad se convierten en el culmen y máximo exponente de la intervención educativa escolar. Porque si algo derrochan por los cuatro costados estos festivales es emoción. Emoción a raudales e incontenible. De todos. De unos niños que se sienten protagonistas, estrellas del firmamento por un día. De unas familias, madres, padres, no olvidarse de abuelos y abuelas, que enternecidas ocultan tras las pantallas de sus móviles temblores incontenibles de labios y lágrimas llenas de verdad. Y de unos docentes, que conmovidos presencian la escena con gozo, viendo disfrutar a unos y a otros de la vivencia de un momento mágico, de los que se recuerdan para toda la vida, sintiéndose responsables de propiciarlo y de haberlo sacado adelante con mucho esfuerzo, silencio y dedicación desde el día a día de sus aulas, como también lo hubieras hecho tú, querida compañera. Si como dice la neurociencia se requiere emoción para aprender, los festivales de Navidad son entonces aprendizaje de alto voltaje, y todos, siempre, a partir de ahora, irán para ti dedicados.