MAMÁS Y PAPÁS VUELVEN A LA ESCUELA

De vuelta al cole con los chicos después de una actividad acuática en Educación Física, un alumno de quinto de primaria me contaba con pícara sonrisa, que ya no necesitaba a su madre para estudiar las tareas mandadas para casa. Desde las navidades él ya estudiaba solo en su cuarto. Yo, ingenuo, además de felicitarle, le solté un breve y paternal discurso ensalzando las grandezas de ser una persona autónoma y responsable. Él, muy pillo, sin borrar su media sonrisa del rostro disfrutaba del momento.

– ¡No me has entendido profe! Te digo que ya no necesito a mi madre, porque ella antes me leía todo lo que yo tenía que estudiar, y ahora con la tablet que me han regalado, se graba y yo puedo escucharla así las veces que quiera. ¡Es que así se me queda mucho mejor!

Once años para cumplir doce. Con toda la naturalidad del mundo. Sin ninguna intención de ironizar, bromear, ni ridiculizar la situación. Así estamos.

DEBERES RECRT

Hemos invertido una vez más la carga de la prueba. En nuestro afán por ayudar al máximo e implicarnos en la educación de nuestros hijos, hemos adquirido como padres unas responsabilidades sobre el trabajo y la realización de las tareas escolares de nuestros hijos, que no nos corresponden en absoluto. De la mera supervisión de la ejecución de las mismas, hemos pasado a la dedicación más absoluta. Estamos en un punto en el que el maestro o maestra es incapaz ya de asegurar cien por cien, si lo que está corrigiendo al día siguiente es cosecha de los propios niños o de sus padres. Tal es así, que alguna compañera ya jubilada, hace unos años ya se vio en la tesitura de tener que escribir en los cuadernos de lengua de sus chicos: “Sólo corregiré las actividades realizadas por los alumnos”.

Hemos vuelto a la escuela. Desde muy temprano miramos el horario a ver qué les toca, preparamos su mochila, cargamos con ella de camino al cole, miramos la agenda mientras meriendan, nos obligamos a sentarnos a su lado mientras hacen las actividades, les leemos en voz alta para que estudien o repasen, les explicamos nuevamente los problemas hasta casi decirles la solución, hacemos nuestros  los exámenes y utilizamos el grupo de what app como agenda y solucionario de todas estas tareas. ¿Cuántas de estas cosas hacían nuestros padres con nosotros? ¿Quiénes eran entonces los verdaderos responsables de lo que pasaba en la escuela?

Si tan buenos padres o madres queremos ser, si de verdad queremos lo mejor para nuestros hijos, nos obliguemos a darles espacio. A permitirles fallar, equivocarse, incluso a olvidarse, para hacerles conscientes así de qué deben aumentar su atención y empeño. Hay que potenciar su “empoderamiento” (nuevo término de moda en educación). Darles herramientas que le permitan aumentar sus fortalezas. Enseñémosles  a apreciar que si ponen interés y compromiso, las cosas acaban saliendo. Permitámosles descubrir la indescriptible satisfacción del trabajo bien realizado y sacado adelante con esfuerzo. «Lo que con mucho trababjo se adquiere, más se ama» (Aristóteles).

El tema no es baladí y ha de tomarse con la seriedad que merece. Dejemos por tanto de sonreírnos ante las típicas gracietas de la mamá o papá de turno, más de las primeras que de los segundos añadiré, cuando en primera persona comentan en el corrillo del parque:

  • ¿Qué llevaremos de tarea para hoy? ¡A ver si no tenemos tanto porque ayer…!
  • ¡Aaaaaaayyyyy!, ¿qué tal nos habrá salido el examen?
  • ¡Pues yo prefiero hacer lengua que mates, nunca he podido con ellas!

¡Estas tontadas no tienen ni pizca de gracia! No seamos cómplices silenciosos de estas actuaciones y de estos comentarios, que en el fondo no son tan inocentes como parecen, si no que encierran un claro proceso de aceptación social de su conducta y de incitación al grupo a validar e imitar la misma. Buscan por medio de la divertida ocurrencia la aprobación del colectivo, mitigando así de paso su sentimiento de culpa ante conductas que perfectamente saben son perjudiciales para sus hijos. Aprovechan posteriormente esa camaradería y complicidad conseguida, para sumar adeptos a la causa, siendo seguidos por otros padres que casi de forma inconsciente, por puro mimetismo, acaban imitando su forma de actuar y lo que es peor, girando ciento ochenta gados su filosofía paterno filial, pasando a ver a aquella mamá o papá que no se interesa al instante por las tareas mandadas, que no hace suyos los exámenes o que no pregunta en el grupo de whats app por los resultados de los problemas, como un bicho raro, un papá o mamá excesivamente despreocupado y poco implicado en la educación de sus hijos.

Los efectos secundarios derivados de estas actuaciones son altamente nocivos para los niños.  De entre todos uno se nos muestra capital, la inseguridad. Los niños de hoy en día son cada vez más inseguros a la hora de enfrentarse a cualquier reto que les planteemos. Dudan constantemente, preguntan para confirmar cada pequeño paso que dan, tienen pánico al error y se bloquean con facilidad ante la dificultad. Nuestra sombra es más que alargada. Es la época de los padres apisonadora que van allanando siempre el camino, quitando cualquier tipo de obstáculo y de las mamás helicóptero, siempre sobrevolando por encima y supervisando todo lo que al  niño le acontece. Para no caer en los estereotipos de género los vehículos son cien por cien intercambiables. Estamos creando niños totalmente dependientes de sus progenitores, faltos de personalidad propia, de atrevimiento, de arrojo, de capacidad para enfrentarse y superar por sí mismo las adversidades, lo que los expertos muy atareados últimamente en la rebautización de términos educativos, han puesto en boga bajo el término de “resiliencia”.

Si bien las familias actúan sin mala intención, a veces por falta de formación como padres, otras por falta de experiencia, también incentivadas por las siempre fatídicas prisas o incluso por el agotador cansancio, no todas las excusas son igual de justificables. La excusa de la perfección y la competitividad,  la de que mi niño o niña lleve el mejor trabajo, saque la mejor nota, o simplemente nadie se entere de que le cuesta un poco más que a los demás, no es para nada justificable. Aún así, justificables o no, todas ellas emanan de otra causa exógena a las familias de mucho mayor calado. Una causa provocada por un sistema educativo mentiroso y demagogo, que basado en tiranas calificaciones y claustrofóbicas evaluaciones, hace prender en las familias la mecha que revienta todo, la angustia. El miedo al fracaso escolar, a quedarse atrás.

No estoy convencido verdaderamente si todas las familias hoy en día están informadas cien por cien de que la etapa de infantil-primaria es una etapa FORMATIVA.  Es decir, “LAS NOTAS NO VALEN PARA NADA”. No hacen media con nada, ni tienen ningún tipo de repercusión académica futura en el alumno. Aunque es cierto que esas notas pueden hacer que el niño como medida extraordinaria pueda repetir curso, créanme, son solo casos muy excepcionales en los que hay mucho más detrás del proceso de aprendizaje que unas simples calificaciones. En las familias nos hemos instalado en la “psicosis de la nota”. En la importancia del: “¿Cuánto has sacado?”, por encima del: “¿Qué has aprendido?” Los maestros a su vez, obligados a cuantificar absolutamente todo, sufren la terrible “esquizofrenia del estándar docente”, que como una alucinación siempre tienen presente junto a su mesa instándole a programar exámenes, pruebas y controles que le arrojen datos y más datos que volcar en estadillos, para que inspectores, delegados, consejeros y demás troupe puedan así justificar su sueldo y sacar razonables conclusiones educativas desde despachos cada vez más alejados de las aulas.

Lo importante en estas etapas no son los resultados, sino el proceso de enseñanza-aprendizaje. Justamente para retomar esa idea, sistemas educativos exitosos como el de Singapur, anunciaban esta semana la eliminación de las calificaciones, intentando eliminar así la competitividad instalada entre alumnos y familias, y por tanto rebajar igualmente la tensión existente frente al contexto escolar. Si conseguimos eliminar esa angustia escolar de familias y alumnos, seguramente conseguiremos que se tenga más paciencia con los niños, se les dé más autonomía, se cambie esa percepción de negatividad hacia la escuela instalada ya en algunas familias y se reactive el feeling entre la comunidad educativa.

Estamos hablando de educación infantil y primaria, de formación integral, de procesos, de maduraciones, pero si lo que verdaderamente va a importarles después son los resultados de los informes PISA, los rankings académicos, las notas numéricas, y las tablas Excel de doble entrada con las estadísticas porcentuales de aprobados y suspensos por asignaturas, rebauticemos también de una vez esta etapa y llamémosla Estudios Primarios, dejándonos de Educaciones e historias. Llamemos a las cosas por su nombre y ya de paso dejemos de ser tan snob y dejemos de hablar de “empoderamientos” y “resiliencias”, y hablemos más de confianzas y responsabilidades, que de eso todo el mundo sabe y entiende.

 

2 comentarios sobre “MAMÁS Y PAPÁS VUELVEN A LA ESCUELA

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