Se abre el telón y aparece en pantalla una angustiada mamá, las menos veces papá, harta hasta más no poder de las ingentes tareas escolares que cada tarde la enervan y le crean innumerables conflictos con sus vástagos, siendo consolada y comprendida por un psicopedagogo, sociólogo, o directamente influencer educativo, que cabecea con gesto contrariado, mientras apostilla “¡Es que la escuela no lo está enfocando bien, hay que hacer esto o lo otro, o lo de más allá !”, intentando hacerse oír por encima de la tremenda discusión, que el periodista contertulio comodín de todos los saraos que lo mismo opina de educación que del procés catalán, está teniendo sobre los deberes con los dos representantes políticos de turno que esa tarde no tenían mucha faena y que sentados uno enfrente del otro en la mesa de debate, se lanzan a la cara sin que nadie les escuche, leyes y reformas educativas, mientras se intentan atribuir la patente de manera muy filosófica pero siempre partidista, del término “cultura del esfuerzo”. ¿Maestras?, ¿maestros? No aparecen en la mesa de debate. Ni están ni se les espera. No se sabe si porque no están invitados, (-“¿Pero qué va a aportar al debate al lado de toda esta gente, una vulgar maestra o maestro de infantil o primaria?”, supongo piensa el director del programa), o porque directamente hastiados ya de tan poca consideración y tanto menosprecio, han preferido, hemos preferido, la táctica del avestruz, la de meter la cabeza bajo la tierra para no escuchar a nadie y evitar ya de paso así ser vistos. Se cierra el telón. ¿Cómo se titula la película? Pues no se sabe muy bien, pero tratándose de medios de comunicación y educación, bien podría ser: “Sin broncas no hay paraíso”.
Porqué en eso se han convertido las tareas escolares para los medios de comunicación, en un auténtico filón para las broncas y el enfrentamiento, en un paraíso de espectadores acríticos que mantiene intacto el share, cuando no hay nada mejor que ofrecer. Huyendo siempre del sentido común y la proporcionalidad, el prime time nos ofrece un titular potente que cautive al espectador, “Deberes sí o deberes no”. Nada de equidistancia, de cordialidad, ni de consenso. Eso queda aburrido y soso, y para eso ya están los documentales de la dos. Se busca ruido, jaleo, follón. Inteligentemente sitúan en las esquinas enfrentadas del cuadrilátero a detractores y defensores a ultranza del tema en cuestión, a los más extremistas, radicales y vehementes, buscando así hacer bandos y cavar trincheras. O estás conmigo o contra mí. Muestran así una pequeña parte de la realidad de forma muy dirigida, tergiversando la opinión generalizada, sin importarles lo más mínimo el perjuicio que están haciendo a una sociedad y a un sistema educativo, que se desangra poco a poco merced a puñaladas traperas como esta.
Porque es de justica explicar que gran parte de la comunidad escolar no piensa así, sino que de una forma muy razonable, adoptan posturas intermedias en el debate, posturas de mesura y templanza. Admiten en gran medida el beneficio de unos poquitos deberes de vez en cuando, siempre como refuerzo de lo trabajado en clase, de una manera progresiva conforme va avanzando la etapa de primaria, sin que supongan una carga excesiva para el niño y sin que por supuesto supongan un lastre insalvable en la conciliación familiar. Un beneficio que entienden incide directamente para bien en la formación integral de la persona, no solo a nivel curricular, sino también a nivel de formación de la propia personalidad del alumno. ¿Pero entonces por qué hay debate si gran parte de la comunidad escolar así lo entiende?, se preguntarán. ¿Solo por los medios? ¿Por qué ahora sí y antes no, si deberes ha habido toda la vida y no pocos?
Pues es bastante fácil. En primer lugar antes no había debate porque el maestro siempre llevaba la razón. Fin del debate. Hoy en día el escenario es totalmente distinto, casi opuesto podríamos decir, ya que el maestro no solo es que no siempre va a llevar la razón, si no que todo lo que él o ella disponga va a ser totalmente opinable y discutible. Es por tanto en este nuevo contexto, donde surge la principal causa que genera y alimenta la discusión, que no es otra que la inexistencia total de una línea educativa común a todos los niveles, desde lo más globales e institucionales, hasta los más concretos como es la propia postura de los docentes, muchas veces enfrentados entre sí. Como ahora todo el mundo ya levanta la mano y tiene derecho a voz, tanto docentes como familias intentan imponer sus propios criterios por encima de los de la generalidad, como se suele decir, “A río revuelto ganancia de pescadores”. La descoordinación educativa nos está matando. La puñalada nos la dieron los medios de comunicación, la gangrena que nos corroe por dentro, ya la ponemos nosotros.
Pero vayamos como siempre a lo cotidiano para poder entenderlo mucho mejor. Todo comienza bien prontito, ya en infantil. Es en esta etapa por su carácter no obligatorio y por tanto de contenidos y trabajos no preceptivos, donde comenzamos a encontrar las primeras grandes lagunas del sistema. Todo en esta etapa va a quedar al libre albedrío de centros y maestros, teniendo que navegar entre la escasa y nula concreción curricular de las leyes educativas existentes para esta etapa, tirando por tanto de sus propias filosofías y concepciones, tanto educativas como de la vida misma:
Acaba el ciclo de infantil y una emocionada maestra despide a sus niños con un efusivo achuchón cargado de significado y con sabor a: “¡Buena suerte!”, mientras que unas fugaces lágrimas asoman a sus ojos pintados para la ocasión. Aunque muy cansada por esos últimos días de ensayos y preparativos, su sentido del deber siempre alerta, le recuerda no olvidarse de meterles entre la carpeta de trabajos del trimestre, un pequeño dosier de sencillas tareas para el verano, que incluye una notita velada en la que hace hincapié en la importancia de seguir machacando y afianzando diariamente los contenidos trabajados, sobre todo los de lectoescritura, de forma que el paso a primaria le resulte al niño lo menos traumático (me parece una exageración que se utilice este término) posible.
En el otro barrio, a menos de cinco minutos a pie, en otro colegio, otra maestra, en ese mismo momento educativo del paso a primaria, igual de válida, competente y emocionada, además del achuchón de rigor y las mismas lágrimas delatoras en los ojos, aconseja a los niños y papás en una carta plagada de besos y corazones, aprovechar las vacaciones para descansar, jugar, disfrutar y sobre todo pasar el máximo de tiempo con la familia. Nada de repasos, nada de tareas, nada de lectoescritura.
Al otro lado de la verja, en el bar del barrio entre medio de los dos coles, ese mismo día del festival de graduación, una tertulia se desarrolla en torno a un siempre reconfortante café matutino, con mamás y papás de ambos coles mezclados que impacientes esperan todos la hora de inicio:
- ¡Madre mía a primaria ya! Pero si es todavía tan inocente. Para algunas cosas es un bebé.
- ¡Pues el mío lo va a pasar fatal!, ¡date cuenta que es de diciembre!
- ¡Pues cómo les toque la fulanita! ¡Esa me han dicho que mete mucha caña con la lectoescritura!
(Música de “Psicosis” de Hitchcok en el ambiente). Silencio. Miradas. Inquietud. Esto no ha hecho más que empezar.
Ambos supuestos pueden ser acertados, seguro que lo son. El problema es que no hay una línea común. Si esas maestras trabajan en colegios muy alejados, bueno… no es lo más adecuado, pero es un mal menor. El problema es que a veces trabajan en el colegio del barrio o del pueblo de al lado, donde va mi vecina, o mi sobrino, o los hijos de mi compañero o incluso en el mismo colegio. Entonces aún sin querer va a surgir el debate. Y es lógico que así sea, por mucho que a los docentes no nos guste, ¿o acaso no dudaríamos nosotros de dos diagnósticos o tratamientos médicos diferentes ante una misma dolencia? Falta unidad y falta mucha pedagogía, que ya tiene miga la cosa tratándose de educación. Al no hacerla, dejamos que el debate se envenene y se vuelva todavía más peligroso, ya que no solo se juzgará la necesidad o no de esas tareas mandadas, sino que también se empezará a juzgar la capacidad y competencia profesional del maestro o maestra que las manda.
Por tanto lo de “Deberes sí o Deberes no”, ya no será un debate en base a su utilidad y provecho, sino en base a mis intereses y criterios propios. Posturas habrá de todo tipo, tantas como familias. Familias encantadas, normalmente aquellas con niños con gran capacidad para la adquisición de aprendizajes curriculares y familias totalmente asqueadas. Lo que no habrá será familias indiferentes. Viendo la relevancia del tema, ¿tan difícil sería legislar y zanjar de raíz el asunto, o es que no interesa hacerlo? La administración educativa prefiere en estos casos mantenerse al margen, evitar problemas. Que se apañen entre ellos. Para eso queda muy bien siempre aducir a lo de la “autonomía de los centros” que queda siempre muy bonito y “chahiguay” democrático. Que poco nombran esa autonomía cuando nos cuelan goles por la escuadra como el del bilingüismo, entonces sí que legislan, entonces sí que se esmeran en programas y normativas sin ningún tipo de reparo. Da igual que surjan roces como están surgiendo ahora con los deberes, o de que se resquebraje la relación entre las dos partes más importantes del proceso educativo, familias y docentes. No importa que la credibilidad en el sistema y en el docente quede por los suelos. Todo da igual.
Debemos de huir de los extremismos que nos quieren vender, nunca son buenos y en este caso tampoco. No hay que caer en la trampa de posicionarse en ellos. Ni todos los niños son iguales, ni todas las circunstancias tampoco. Entiendo perfectamente el agobio de algunas familias con este tema. Yo también soy padre y hay días en que te faltan horas para poder acometer para con tus hijos no ya las tareas escolares, sino incluso las mínimas y básicas de alimentación, higiene y descanso. Pero creo en el diálogo por encima de todo. Hablen con sus maestros y maestras, con sinceridad y con franqueza. Expónganles el problema con claridad (mi hijo es muy lento, mi hija se despista mucho, no lo entiende, no retiene lo que lee, es una pelea constante solamente que se siente a trabajar, etc.) y a partir de ahí busquemos soluciones consensuadas. Seguro que con un buen talante y una confianza mutua entre ambas partes, se llega a buen puerto. A ti estimado compañero o compañera, exigirte lo mismo. Capacidad de diálogo. Cerrarse en banda y rubricar como innegociable todo lo que uno propone en el aula, no es ni inteligente, ni efectivo. Sabemos de sobra que no todos los alumnos tienen ni el mismo ritmo de trabajo, ni la misma capacidad para el aprendizaje, así que individualicemos por tanto en la medida que podamos las tareas para casa si éstas se van a producir. Coordinémonos con otros docentes que entran en el aula y moderemos los trabajos a mandar. Los tiempos de Don Menganito en los que se escuchaba: “Y para mañana las tres hojas siguientes.”, tienen que haber pasado o pasar ya a mejor vida. Seamos consecuentes con nosotros mismos. Si sabemos de lo inagotable que puede llegar a ser toda una jornada escolar, y lo pesado y cargante que supone llegar a casa y tener que seguir alargando esa jornada de manera interminable con la corrección de exámenes, cuadernos, preparación de clases, etc. no hagamos que nuestros alumnos, (primaria) todavía en edad de disfrutar de la vida, de jugar, de soñar, sufran diariamente la misma fastidiosa carga que a nosotros nos ahoga. Pongámosle todos, unos y otros, un poco de sentido común y de cordura al tema. Esa es la tarea que nos llevamos para casa este fin de semana.
Un comentario sobre “DEBERES. Un debate envenenado.”